P. ANGEL PEÑA OAR

MELANIA CALVAT Y LAS APARICIONES DE LA SALETTE

 

S. MILLÁN, 2020

MELANIA CALVAT Y LAS APARICIONES DE LA SALETTE

  

IMPRIMATUR
MONSEÑOR CARMELO MARTINEZ
 OBISPO DE CAJARMARCA (PERÚ)

 

SAN MILLÁN, 2020

INDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: AUTOBIOGRAFÍA DE MELANIA

  1. Sus padres
  2. Su hermano
  3. Algunos santos
  4. Rechazo
  5. Visión del cielo
  6. Peleas familiares
  7. Jugando con Jesús
  8. El ángel custodio
  9. El purgatorio
  10. De niñera
  11. La Dama y el cuervo
  12. Predicando a los animales
  13. Su padre expulsa a su madre
  14. Los lobos y el río seco
  15.  Durmiendo en una palangana
  16. El patrón era ladrón
  17. Los toros
  18. La cruz y el perro blanco
  19. El pan celestial
  20. Desposorio espiritual

SEGUNDA PARTE: LA APARICIÓN

  1. La víspera
  2. La aparición
  3. Milagros

Los secretos de 1851
El secreto de 1858
Último mensaje
Al día siguiente
¿Cómo era la Virgen?


TERCERA PARTE: LOS VIDENTES
Maximino

  1. Profesión de fe
  2. En París
  3. Con el cura de Ars
  4. Su muerte

Melania

  1. El demonio
  2. Los estigmas
  3. Aprobación de la aparición
  4. Misioneros de la Salette
  5. Apóstoles de los últimos tiempos
  6. Después de la aparición

Su muerte
Proceso de canonización

CUARTA PARTE: SUCESOS DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

  1. Lucía de Fátima
  2. Esteban Gobbi
  3. Beata Elena Aiello
  4. San Juan Pablo II

Interpretación de los secretos
Confidencias
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA.

INTRODUCCIÓN
La historia de la aparición de la Virgen en la Salette (Francia) en 1846 es una historia agridulce en el sentido de que María llora al vernos al borde del abismo provocado por nuestros pecados. Todos los males de la humanidad, las calamidades naturales, guerras, epidemias, terremotos, etc., en el fondo son provocados por nuestros pecados. Dios nos avisa por medio de María, que se presenta llorando como una madre que ya no tiene palabras para corregir y su último recurso es llorar para que sus hijos le hagan caso y cambien de vida y se acerquen a Dios.
En esta aparición de la Salette, la Virgen nos avisa de los graves peligros en que puede caer la humanidad. Nos habla de persecuciones contra la Iglesia, del indiferentismo religioso generalizado, de la apostasía, de la impureza que reina por doquier, pero nos da esperanza de que al final Dios triunfará por medio de María y habrá un mundo nuevo de justicia, amor y paz.
Oigamos la voz de nuestra querida madre, tomemos en serio sus avisos y cambiemos de vida, mientras tenemos tiempo. Es triste pensar que muchos hombres llevan una vida de poca seriedad. Creen que esta vida es solo para gozar y divertirse. Pero esta vida es corta y puede romperse en cualquier momento. Por eso, debemos vivir con una perspectiva de eternidad, vivir para la eternidad y no para los cuatro días de este mundo.
Tomemos la vida en serio, tomemos en serio los avisos de nuestra madre y vivamos con alegría y paz los días de nuestra vida con una mirada en la eternidad que nos espera. Jesús nos ama y quiere hacernos felices eternamente. Que un día nos encontremos en el cielo, amado lector. Es mi mejor deseo.
Nota. - Lauretin se refiere al libro de René Lauretin y Michel Corteville, Découverte du secret de La Salette, Ed. Fayard, 2002.
Melania hace referencia a su Autobiografía, Vie de Mélanie, Bergère de La Salette, écrite par elle même en 1900, Paris, 1912.
Varios nos lleva al libro Histoire de Notre Dame de La Salette d’après les documents authéntiques, publicado en Bruselas en 1854.
Leon Bloy, cita a León Bloy en su libro La que llora, Ed. Mundo Moderno, Buenos Aires, 1947.
Dion nos llama al libro de Henri Dion, Mélanie Calvat, bergère de La Salette, étapes humaines et mystiques, Ed. Tequi, 1984.


PRIMERA PARTE
AUTOBIOGRAFÍA DE MELANIA

  1. SUS PADRES

Yo nací el 7 de noviembre de 1831. Mi padre se llamaba Pierre Calvat (también le llamaban con el apellido de Mathieu y con este apellido fui registrada). Era albañil y aserradero. Mi padre era serio y trabajador. Todos lo querían. Él nos exhortaba a vivir en el santo temor de Dios y a ser buenos y honestos. Cuando estaba en casa, por las tardes, nos hacía rezar antes de ir a dormir. Como yo era muy pequeña, él me sentaba en sus rodillas y me enseñaba a hacer la señal de la cruz. Después me ponía un crucifijo en las manos y me hablaba del buen Dios y me explicaba a su manera los misterios de la Redención y cómo Cristo había sufrido tanto y había muerto para abrirnos la puerta del cielo. Sus palabras me gustaban mucho. Yo era muy sensible y comencé a amar a Cristo y lloraba y lo miraba con cariño y le hablaba al crucifijo. No obtenía respuesta y en mi ignorancia quería imitar su silencio. Cuando estaba triste, le hablaba al crucifijo y me sentía consolada.
Mi madre era Julie Barnaud. Ambos vivían en Corps y eran muy pobres. Mi padre se veía obligado a trabajar lejos de casa para conseguir dinero para alimentar a la familia. Por eso, me pusieron a trabajar en casa de algunos patrones antes de los siete años. Mis padres tuvieron diez hijos, seis varones y cuatro hijas. Primero tuvieron una hija que murió y después dos varones. Mi madre deseaba tener una hija para tener compañía y yo nací. En el bautismo me pusieron el nombre de Francisca Melania. Mi madre me quería mucho, pero eso fue por poco tiempo. Los disgustos que yo le daba fueron causa de problemas en casa.
Mi madre, por naturaleza, era alegre y le gustaban las diversiones, bailes y comedias. Era de las primeras en ir a las fiestas. Desde que yo era muy pequeña me llevaba a sus diversiones, pero yo gritaba y lloraba y hasta rasgaba la ropa. Cuando me llevaba a las fiestas y yo veía a la gente, lloraba y me ocultaba tras las espaldas de mi madre y seguía llorando fuerte, de modo que impedía oír a los asistentes y mi madre debía sacarme afuera. Cuando llegábamos a casa, me preguntaba por qué lloraba y yo le respondía que tenía miedo y que prefería quedarme en casa con el crucifijo de mi padre. Ella me reprendía y me preguntaba si quería ser beata como mi tía, la hermana de mi padre. Mi madre se quejaba con las vecinas de mi mal carácter y llegó a no soportarme y me llamaba la muda, no me abrazaba ni me acariciaba. La primera vez que lo hizo yo tenía 20 años y tomé el hábito de las hermanas de la Providencia en 1851.


Un día les dijo a dos de mis hermanos: “Os prohíbo que la llaméis por su nombre, que le deis de comer o que la cuidéis; no la tengáis en brazos, dejadla en el suelo”. Yo caminaba con mis manos y rodillas como podía y me pasaba los días y las noches en un rincón sobre la cama. Yo pensaba en el Niño Jesús, en la Virgen María y en los sufrimientos de Jesús y prometía no hacer ningún pecado que le ofendiera. Cuando estaba triste, me consolaba hablando con el crucifijo.
Cuando ya caminaba y tendría unos tres años, un día mi madre se molestó conmigo, diciéndome que era obstinada e incorregible y me mandó fuera de su casa. Tomé el camino que iba al bosque, pero vi a mi tía y ella me llevó a su casa. Después de tres días me llevó a mi casa. Cuando llegó mi padre, su hermana le dio las quejas, diciendo que mi madre me hacía sufrir de hambre. Yo  vi triste a mi madre y quise consolarla, coloqué una silla junto a ella para abrazarla, pero me rechazó. Mi padre vino y me abrazó y me dio el crucifijo, el único objeto de piedad que yo tenía en casa.
Cuando llegaba algún pobre a casa y estaba yo sola, le daba todo lo que encontraba sin tener permiso. En fin, que, si no era una cosa, era otra; yo hacía sufrir mucho a mi pobre madre. Por eso, a veces me decía que era mejor que estuviese muerta. Un día me dijo que yo no tenía ni padre, ni madre, ni hermanos, ni casa, ni personas que me quisieran. Me quedé afligida, pensando que no podría decirle nunca más el dulce nombre de mamá. Ese día me fui de casa y me dirigí al bosque.

  1. EL HERMANO

Estuve tres o cuatro días sola sin ver a nadie en el bosque, pensando continuamente en los sufrimientos de la pasión de Jesús y llorando y decidiendo nunca pecar para no ofender a Jesús. Pero me sentía débil, no tenía fuerzas ni para caminar. De pronto vi a un niño pequeño como yo, de una gran belleza, vestido de un blanco brillante y con una corona hermosa en la cabeza. Él me dijo: “Buenos días, mi hermana, ¿por qué lloras? Yo vengo a consolarte”.
Lloro, porque quisiera saber lo que Jesús hizo por salvarnos. Además, quisiera tener una mamá. No tengo a nadie. El niño me contestó: “Llámame hermano, yo soy tu hermano. Nosotros tenemos una mamá”. Grité: “¿Una mamá? ¿Una mamá? ¿Dónde está?” “Nuestra mamá está por todas partes con sus hijos. Ámala mucho. Ella está siempre con los que quieren ser sus hijos. Pronto te llevaré a ver a nuestra mamá”.


Después el Niño me habló de la grandeza de Dios, de su poder y su bondad. Me habló de la vida pública de Jesús y de su pasión. “Hermana mía, huye del ruido del mundo y ama el retiro y el recogimiento. Ten siempre tu corazón en la cruz y la cruz en tu corazón. Que Jesús sea tu única ocupación. Ama el silencio y oirás la voz de Dios que habla al corazón”.
Mi hermanito venía todos los días a verme, a veces faltaba un día, pero venía frecuentemente e incluso varias veces el mismo día. Nosotros conversábamos siempre de la pasión y de la vida oculta de Jesús. Y caminábamos tomados de la mano. Si me caía, él me levantaba. Recogíamos flores juntos y, cada vez que me llamaba hermana, mi corazón se llenaba de alegría, porque no estaba sola: tenía un hermano y una mamá. El Niño era de mi edad y de mi talla. Su cara era de un blanco rosado, sus cabellos castaños claros y rizados, y caían un poco sobre sus espaldas. Sus ojos eran dulces y penetrantes. Su voz dulce, sonora y melodiosa. Ahora bien, no todos los días venía vestido de la misma manera. Unas veces venía con un vestido rosa, zapatos blancos y cinturón azul. Otras veces con un vestido rosa de un rosado plateado cerrado por la cintura con una cinta de oro y los extremos de la cinta pendían por el costado. Otra vez vino con ropa blanca, de un blanco muy hermoso, muy fino.
Después de haber hablado un rato sobre Jesús (ella no supo hasta 20 años más tarde que este hermano era el mismo Jesús. Creía que era un ángel o un santo del cielo, que llamaba mamá a la Virgen María), después de hablar nos divertíamos cogiendo flores y haciendo con ellas coronas. Me parecía que las mismas flores venían a sus manos, pero yo lo veía todo muy natural, porque ignoraba lo que los hombres pueden o no pueden hacer.
Un día le pregunté por qué llevaba en la cabeza una corona de rosas, si no había hecho la primera comunión (al hacer la primera comunión algunos niños llevaban coronas de flores). Él me respondió que antes había llevado otra corona (la de espinas se entiende). En ese momento perdí mis sentidos y me encontré en la presencia de la Majestad de Dios. Vi a Jesucristo grande, majestuoso, lleno de amor, vestido con ropa blanca, plateada, transparente y brillante sobre la que estaban sembradas piedras preciosas de diferentes colores. En la cintura tenía un cinturón o cinta ricamente adornada. Sobre su cabeza había una diadema de oro fino con brillantes centellantes y de piedras preciosas, diamantes, esmeralda, etc. Él tenía en sus manos una pequeña paloma blanca. Se fijó en ella y trazó sobre su cabeza la señal de la cruz. Apretó la paloma contra su corazón con cariño y dijo: “En virtud de mi cruz, crece y da frutos de virtudes”. Yo recobré los sentidos y me encontré en el mismo lugar del bosque, pero mi hermano ya no estaba.
Un día me senté en el tronco de un árbol cortado. Los pájaros no cantaban. Había un profundo silencio y me dormí. Tuve un sueño: Estaba abatida y cansada y buscaba un lugar para descansar sin encontrarlo. Vi un árbol cortado y observé sus raíces profundas y gruesas, entrelazadas. Al pie del árbol había salido un brote como un segundo árbol. Me senté sobre el tronco con las espaldas apoyadas en el nuevo árbol. En ese momento en que estaba afligida por mis penas, me oí llamar: “Hermana, hermana querida”. Abrí los ojos sin ver a nadie y, sin embargo, todo el bosque estaba claro en pleno día y sin sombras. La misma voz me dijo: “Yo soy tu hermano, ven”. Me puse de pie y vi a mi hermano vestido con vestido rosa y zapatos blancos. Al momento me lancé a abrazarlo, pero él me dijo que todavía no era la hora de abrazarlo. Al instante mis penas cesaron y sentí alegría y paz.
Durante el tiempo que permanecí en el bosque, me alimentaba de pequeños frutos que crecen allí, pero también debo decir que muchas veces mi “hermanito” me llevaba alimentos deliciosos que restablecían enteramente mis fuerzas para muchos días. La primera vez fue una bella violeta. La comí y no era ni pan ni miel. Era una sustancia muy sabrosa y olorosa. En ese momento hice, como agradecimiento, un movimiento de querer besar a mi adorable hermano. Él levantó su mano derecha y dijo: “Todavía no, hermana de mi corazón, come toda la flor”. Y sentí un deseo ardiente de sufrir por Jesús.
Otro día se presentó mi hermano más grande que de ordinario, pero siempre amoroso. Estaba vestido como los sacerdotes de la misa. Todo en él era resplandeciente y atrayente. No puedo expresar su amorosa belleza. Sobre su pecho había como un Corazón abierto por rayos luminosos. Del Corazón salían los rayos como de un horno ardiente. Metió en su Corazón dos dedos y sacó algo redondo (hostia) y muy blanco, muy brillante, donde estaba su retrato. Me dijo: “Hermana de mi Corazón, recibe al eterno amor, al Dios de los fuertes”; y después desapareció. Apenas la hostia tocó mi corazón, sentí en mí una nueva vida y un deseo muy grande de sufrir (por Jesús). Ese día hizo en realidad su primera comunión. Ella nos dice:
Cuando la Virgen se apareció, yo era de pequeña estatura y mi “hermano” era exactamente de mi misma altura. Desde que me pusieron en pensión en las Hermanas de la Providencia en Corps, yo comencé a crecer y mi hermano era cada día más pequeño y me venía a ver con frecuencia. A pesar de todos los esfuerzos de las hermanas por hacerme leer, apenas llegué a conocer algunas letras del alfabeto y olvidaba lo que me enseñaban.
Un día mi hermano vino a verme. Ese día yo aprendí a leer. Él me enseñó y yo leí y grité: “No es difícil querido hermano”. Otro día aprendí a hablar en italiano sin haberlo estudiado. Al llegar a Cefalonia en Grecia tuve que resolver un problema de disciplina entre los niños del orfelinato. No sabía ni una palabra de italiano, pero vino mi hermano y le enseñé el libro de mis alumnos. Le dije: “Quiero cumplir mi deber y enseñar a mis alumnos”. Mi hermano se rió y dijo: “Lee” y yo leí en italiano. (Todos los que me oían hablar en esta lengua decían que creían que era de Toscana).
En otras ocasiones su “hermano” le enseñó el inglés y el griego moderno, según afirmó con seguridad el padre Rigaux. También el “hermano” le enseñó a hacer punto y tejer la paja para hacerse un sombrero y hasta aprendió a hacerse sus propios vestidos.
Jesús Niño le dio la comunión como la dio a otros santos. Santa Verónica Giuliani afirma en su Diario: Un día vino el Niño Jesús todo alegre con una hostia en su mano, invitándome a una nueva comunión y con su propia mano me dio la comunión .

  1. ALGUNOS SANTOS

En la vida de algunos santos se cuenta que de niños tuvieron la gracia de ver al Niño Jesús como un amiguito, compañero de sus juegos. En la vida de santa Verónica Giuliani se refiere cómo ella desde que tenía tres años invocaba con amor al Niño Jesús que veía en un cuadro de su casa en que estaba la Virgen María con el Niño. Y Jesús salía del cuadro y se ponía a jugar con ella. Ella nos dice: Tenía tres o cuatro años, estando una mañana en el huerto entretenida en coger flores, vi al Niño Jesús acompañándome en coger flores. Al punto dejé de cogerlas y me fui hacia él con deseo de asirlo y me pareció que me decía: “Yo soy la verdadera flor”. A veces corría de un sitio a otro de la casa para encontrarlo. Mi madre y mis hermanas trataban de detenerme y me decían: “¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loca?”.
Yo me reía y no decía nada. A cada rato volvía al huerto para ver si aparecía. Todo mi pensamiento se hallaba fijo en el Niño Jesús. Y cuando veía imágenes de la Virgen con el Niño, no me cansaba de besarlas. Y cuando de mi casa me daban la merienda, iba ante la imagen y decía: “Jesús mío, venid que no quiero comer sin Vos”. A veces veía vivos a la Virgen y al Niño del cuadro .
Un día vino Jesús Niño a mis brazos como en vuelo y se apoyó con su cabecita en mi pecho de la parte del corazón . Otro día la santísima Virgen puso al Niño Jesús en mis manos. ¡Oh Dios! No puedo explicar con la pluma lo que en aquel momento experimenté . Otra vez tenía en la mano y en el bolsillo muchas cosas de comer. No hubiera querido que me fueran quitadas. Iba a sentarme en una escalera y pensaba en lo que podía hacer para esconderlas. De pronto, como en un relámpago, vi al Niño Jesús y me dijo: “Da por mi amor todas estas cosas al primer pobre que venga”. Enseguida oigo a un pobre que dice: “Un poco de limosna por amor a Dios”. Y entró dentro de la puerta. Le di la mitad y lo demás quería conservarlo para mí. Al ir a entrar en casa, encuentro otro pobre y yo tenía intención de darle lo que me quedaba, porque pedía con gran insistencia alguna cosa por amor de Dios. Iba a darle lo que tenía, pero la gula me hizo retener algunas cosas. Cuando llegué a casa, no me podía sosegar, si no le daba todo a los pobres. Fui a la ventana y arrojé todo a la calle y reservé un bizcochito para mí. Entonces me di cuenta del defecto y Jesús me corrigió .
La beata Ana de San Bartolomé, carmelita descalza, refiere: Cuando tenía 10 años, me enviaron a guardar el ganado al campo. Al principio no me gustaba ser pastora, pero el Señor me consoló y los campos llegaron a hacerme feliz y los pájaros me alegraban con sus cantos. Y muchas veces el Niño Jesús venía y se me sentaba en las faldas. Yo me hallaba en un cielo glorioso y no quería ver a la gente y quería irme muy lejos para estar sola. Una vez le dije al Niño Jesús: “Señor, pues me hacéis compañía, no vamos más donde haya gente, sino vámonos solos a unas montañas que con vuestra compañía no me faltará nada”. Él reíase y, sin hablar, me mostró que no era aquello lo que quería de mí .
Sor Clara de la Cruz anota que sor Ana le dijo a ella un día que “si pudiera pintar, pintaría al pequeño Jesús en la misma forma en que se le aparecía en su niñez”. Decía que era muy hermoso, de pelo rizado sobre los hombros, de color castaño, con un vestido morado, con unos ojos resplandecientes y ardientes, tan atractivos que no se atrevía a mirarlos fijamente, pensando que, si lo miraba, moriría de amor

  1. RECHAZO DE SU MADRE

Anota Melania: Un sábado mi hermano me dijo intelectualmente que debía regresar a la casa de mis padres antes de que explotaran las discusiones familiares por mi ausencia. Partimos los dos y muy pronto me encontré cerca de mi casa. Oí a mi padre que venía detrás de mí y me abrazó y me preguntó de dónde venía. Yo no sabía cuántos días o semanas había estado en el bosque. Le dije que había estado con mi hermano. Él me preguntó qué había comido y le respondí que mi hermano me daba cosas muy buenas. Mi padre se apaciguó.
Cuando regresó a su trabajo, mi madre me volvió a rechazar y me expulsó de nuevo de casa. Me fui al bosque. Por las noches dormía con los brazos en cruz. Alguna vez nevaba y la nieve me cubría enteramente. Mi hermano venía por la mañana y me llamaba con su dulce voz. Me despertaba, me daba la mano, me levantaba y la nieve desaparecía. La primera vez le pregunté qué había hecho para quitarme toda la nieve de encima y haberme secado. Me dijo: “Por la oración a nuestro buen Dios”.
Un día, mi padre se fue a trabajar a un lugar lejano de casa. Había dicho que, si no venía el sábado por la tarde, no lo esperaran en toda la semana. Mi madre esperó hasta medianoche. Al ver que no había venido, vino a mi cama, donde me había acostado para que mi padre no dijera nada, si venía. Me hizo levantar y me mandó fuera de casa. Llovía mucho, estaba todo oscuro. Atravesé la carretera y vi una carreta cubierta y allí me metí y me dormí. Vino el dueño y partió. Cuando me desperté, estaba un poco lejos del pueblo. Empecé a gritar y se detuvo la carreta. El carretero me hizo varias preguntas: “¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? Le respondí: “Hermana”. “¿Y tú otro nombre?” “Yo no tengo otro nombre”. “Y tu hermano ¿cómo se llama?” “Se llama hermano” “¿Y tu padre?” “Yo no tengo ni padre ni madre”. El carretero al ver que no conseguía ningún dato, me metió al río y allí me dejó y se fue rápidamente con la carreta y los caballos. Yo estaba medio ahogándome en medio del río y había perdido mis zapatos en el agua. Vino mi hermano y me sacó y me prestó sus zapatos. Me acompañó un trecho del camino y, al llegar a la primera casa del pueblo, me devolvió mis zapatos y yo le di los suyos. Me dijo; “Te vienen a buscar”. Y desapareció. Algunos minutos después, mi tía me preguntó de dónde venía. Me llevó a su casa y esperó a informarse si estaba mi padre en casa o no. Al regresar me dijo: “Tu madre no te quiere y tu padre me ha encargado que cuide de ti”. Yo me quedé con ella unos dos años, pero en distintas veces. Ella me llevaba a la escuela y me daba de comer y me cuidaba.
Un día mi madre dijo que había comprado en el mercado unas muñecas para sus hijas obedientes. A mí no me dio. Nunca había tenido una muñeca y deseaba tenerla. Le saqué diez céntimos de su bolso y la compré. Trataba de enseñarle a mi muñeca que repitiera los nombres de Jesús y María, pero no hablaba. Mi madre, al darse cuenta de que hablaba con alguien, fue a ver y preguntó de dónde había sacado esa muñeca. Le dije la verdad: Le había sacado diez céntimos. Ella se enfureció y me reprendió severamente, diciéndome que era un robo y eso era un pecado grande. Yo al oír eso, me sentí apenada y lloré mucho por haberle ofendido a Jesús con ese pecado. Le prometí devolverle el dinero y, cuando llegó mi padre, le pedí los diez céntimos y se los di.
Uno de los días en que mi madre me expulsó de casa, era ya oscuro en la tarde y no hubiera sabido ir al bosque, Tuve la idea de ir a la iglesia donde mi padre me había llevado una vez. Había terminado la oración de la tarde y solo había una sola persona haciendo el viacrucis. Era mi tía. Cuando terminó me vio y, como iban a cerrar, me llevó con ella, donde permanecí unos dos o tres meses. Cuando llegó mi padre, su hermana le dijo lo sucedido y me dijo que me quedara con ella. Por las tardes mi tía me hacía rezar con ella el rosario. Todos los domingos después de vísperas, me llevaba con otras personas en peregrinación a la capilla de nuestra Señora de Gournier, a media hora de Corps (nuestro pueblo). Mi tía me llevaba a la escuela a pesar que durante un año solo aprendí a conocer las letras. Los niños me llamaban la muda, porque me gustaba estar sola en un rincón y, si la maestra me llamaba para decir la lección, no había manera de que me sacara una palabra.

  1. VISIÓN DEL CIELO

Un día de fiesta me fui a pasar el tiempo en el bosque. Tendría yo unos seis años. Estaba pensativa y lloraba porque amaba poco a Jesús. Pedí a mi madre del cielo hacerme sufrir para dar amor a las personas que no lo tenían. De repente veo venir a mi “hermano”, que no había visto desde hacía mucho tiempo. Me dijo: “Hermana, hoy vamos a ir a ver a nuestra mamá”. Me hizo sentar en el césped cubierto de flores y extendió sobre su cabeza y la mía una especie de velo blanco, que nos cubrió la cara. Llegamos pronto a un lugar delante de una puerta muy grande, que se abrió. Atravesamos un apartamento muy largo, tapizado de negro y casi todo cubierto de cruces de diferentes tamaños. Mientras caminábamos, las cruces caían sobre nosotros como lluvia y la gente (cristianos) nos injuriaba. Nos costó dos horas atravesar aquel lugar. Llegamos a otra segunda puerta, que se abrió por sí sola y nos recibieron jóvenes vestidas de blanco. El lugar estaba tapizado de blanco. Las cruces que había eran más grandes que las anteriores y más numerosas. Al atravesar el lugar, vi muchos clérigos que nos injuriaban. En cierto momento, quise detener una cruz que me venía encima y solté la mano de mi “hermano” y ya no lo veía. Lo llamaba, pero nadie respondía. Por fin mi “hermano” tuvo compasión y regresó a darme la mano, cuando ya me sentía perdida.
Atravesamos otra tercera puerta y mi “hermano” me dijo: “Esta es la puerta de la morada de nuestra mamá”. Cuatro resplandecientes vírgenes abrieron las puertas y se postraron ante mi “hermano”. Me quedé estupefacta ante la vista de una multitud de bienaventurados llenos de la felicidad más pura.
Hubiera querido quedarme allí para siempre, viendo la multitud de bienaventurados que era inmensamente feliz en el cielo, sumergidos en la infinita gloria del Verbo de Dios. Mi “hermano” me tenía tomada de la mano. Observé los coros de las vírgenes, todas de una belleza incomparable, inimaginable. Cerca de la legión de vírgenes, había legiones de santos de todos los grados, que estaban en tronos magníficos, de los que dos estaban libres. Las vírgenes cantaron una hermosa canción y repetían: “Una hermana de más, una hermana de más”. Al mismo tiempo una gran Señora, una Reina vestida con ropas reales, adornada de brillantes resplandecientes, estaba presente y era incomparablemente más bella que todos los santos. Descendió de su trono, vino delante de mi “hermano” y lo saludó profundamente. Al momento mi hermano me dijo: “Hermana, es nuestra mamá”. Yo me sentí atraída hacía ella. Corrí, teniendo a mi “hermano” de la mano y me lancé a sus brazos, diciéndole: “Mamá, mi buena mamá”. Ella me dijo: “Hija mía, querida hija. Sí, yo soy vuestra madre”. Me hizo mirar a lo alto y vi a mi “hermano” (que era Jesús, aunque ella no lo sabía ni él se lo había dicho aún) como un gran personaje. Él se sentó en un trono magnífico, espléndido, a la derecha de un altísimo personaje todo luminoso, que parecía ser el Padre eterno. A la izquierda se sentó mi madre sobre un trono de gran blancura resplandeciente y adornado de oro puro. Y a la derecha de mi “hermano” había un trono magnífico en el que estaba san José. Yo me senté a la izquierda de mi mamá después que ella y mi hermano me lo pidieron. En ese momento estaba mi alma inundada de inmensa paz y alegría .


  1. PELEAS FAMILIARES

Mi tía me había hecho buscar por todas partes y había resuelto no tener en casa a una niña que le daba muchos problemas. Al verme venir en la tarde y no pudiendo hacerme decir de dónde venía, sino del bosque, ella me devolvió a mi padre, pero me tomó de nuevo por compasión, porque él debía ausentarse por su trabajo. Mi madre por su parte había dicho que preferiría verme muerta que saber que estaba con mi tía santurrona. Un domingo, según la costumbre, iba con mi tía en peregrinación a Gournier y mi madre llegó corriendo y me encerró tres días sin decirme una palabra. Felizmente llegó una persona pidiendo un niño para guardar el rebaño y ella le dijo que yo podía ir. En ese tiempo, yo tenía seis años. Con esa persona estuve hasta que cumplí casi los ocho años, pero durante el invierno regresaba a la casa de mis padres. Al año siguiente, fui pedida por otro dueño y me quedé con él durante ese año. Al año siguiente quedé con el tercer patrón para cuidar a un niño. Con él estuve tres años en el mismo pueblo de Corps. Durante este tiempo, Dios no me abandonó y me instruía sobre las verdades de la fe.
Durante el invierno iba a la escuela. Un día la maestra me dijo: “Hermana” (todo el mundo me llamaba hermana, porque yo había dicho que ese era mi nombre) déjeme cortarte un poco el cabello. Ella trató de arreglarme el pelo, que estaba todo enmarañado, y peinarlo, limpiando la sangre seca que a veces me había salido. No consiguió peinarme bien como era su deseo. Me dijo: “Mañana los cortaré”. Al regresar a casa de mi madre, me miró y me vio peinada. Me dijo de mala manera: “¿Qué es esta novedad? ¿Por qué te has peinado así? Se molestó y dijo que era por vanidad y que fingía devoción para cubrir mis faltas. Entonces tomó las tijeras y me cortó todos los cabellos desde la frente hasta las orejas. Al día siguiente fui a la escuela y la maestra se sorprendió de verme con los cabellos cortados y me reprendió, diciéndome que nunca hubiera pensado que yo era capaz de hacer eso por maldad. Yo no le respondí.
En la tarde la maestra me llamó a su habitación. Me dijo: “Déjame al menos quitar los cabellos que te has cortado”. Mientras me arreglaba, entró mi padre. Él no podía creer que me había cortado el cabello por maldad. Me preguntó varias veces quién me había cortado el cabello. Al fin, por obediencia, tuve que decirle: “Julia” (mi madre real). Mi padre se levantó, habló en secreto con la maestra y se fue. Cuando llegué a mi casa, encontré gran turbación. Mi madre me miraba con mala cara, mis hermanos lloraban diciendo que mi padre había reprendido severamente a mi madre, diciéndole que no podía soportarla más y que ella se gastaba el dinero en diversiones. Yo me puse de rodillas ante mi padre para calmarlo para que no reprendiera más a mi madre y le pedí que me perdonara todos los disgustos que causaba .
Otro día mi padre se molestó con mi madre, porque la camisa que le dio para ponérsela no tenía un botón. Yo fui corriendo y lo cosí, pero cuando se fue mi padre, mi madre, furiosa, me echaba en cara que yo tenía la culpa de todo por coser el inocente botón. Una noche, después de sus reproches, me ordenó que no me acostará en mi cama, sino debajo de la suya. Yo hice como me ordenó.

  1. JUGANDO CON JESÚS

Cuando mi madre me expulsaba de casa, me iba al bosque. Allí con mi “hermano” a veces jugábamos a recoger flores, que ofrecíamos a nuestro Dios. Le dije: “Juguemos a ver quién recoge más flores.” Y fuimos cada uno, por un lado. Cuando la recogida terminó, yo le pregunté: “¿Dónde has encontrado esas flores tan hermosas? Yo también quiero ir a recogerlas para nuestro Dios”. Quise cambiar mis flores por las de mi “hermano” y él aceptó el cambio, pero apenas hicimos el cambio, yo grité: “No, no quiero el cambio, porque no es verdad. El buen Dios, que las ha hecho crecer, sabe muy bien que yo no las he recogido”. Y mi “hermano” me devolvió mi ramo de flores, que en su mano se habían vuelto tan hermosas como las suyas, y los dos las ofrecimos al buen Dios.
Otro día me dijo: “Vamos a jugar a escondidas”. Primero echamos a pajillas a ver quién cogía la más corta, Él ganó y me dijo: “Me voy a ocultar hasta que me encuentres. Vuélvete para no verme”. Después, escondido, gritó: “Listo”. Yo fui a buscarlo y no lo encontré. Al fin aburrida de estar sola, lo llamé: “Hermano, ¿dónde estás?” Él no contestó. Y ganó el juego.
Después me tocó a mí esconderme y él me encontró de inmediato. Por segunda vez, me oculté para que me encontrará y él hacía que no me encontraba y gritaba: “Hermana, ¿dónde estás?”. Hasta que llegó derecho a donde estaba, diciendo: “Allí estás”. Y me ganó de nuevo .
Melania informó al padre Combe, como él lo escribió en su Diario, que entre otros juegos que tenía con su hermano estaba el de ver quién estaba más tiempo de pie sobre una sola pierna y también ver quién saltaba más alto con sus dos pies juntos .
Algunos santos a quienes se le aparecía el Niño Jesús, nos cuentan que jugaban con él como si fueran dos niños iguales. Un Dios todopoderoso jugando con un niño inocente. ¡Qué humildad y sencillez!¡Qué maravilla la de un Dios hecho hombre y Niño como nosotros!
La beata Inés de Benigánim dice: Cierto día, estando sor Inés en su celda en alta contemplación, pidiendo a Dios usara de misericordia con ella, perdonando sus faltas y comunicándole mucho amor para más y más amarle, se arrobó y se le apareció Nuestro Señor Jesucristo de edad como de cuatro años, vestido de una tunicela de color carmesí, rica y hermosa. Así que lo vio, con singular alegría y devota reverencia, le dijo: “Esposo de las almas, galán enamorado, seáis bien venido”. Quiso arrojarse a sus pies y su divina Majestad se apartó con mucho agrado como que no quería le tocase su sierva. El Niño Dios, riéndose, huía a la manera que los niños suelen provocarse unos a otros para ver si los podrán alcanzar y coger. La sierva de Dios iba corriendo por la celda, ya a una parte ya a otra, extendiendo los brazos y con las manos hacía ademanes de querer coger a alguno. Todo lo cual, lo estaba viendo una religiosa, y oyó que decía: “Señor, yo os alcanzaré”. Daba vueltas por su celda diciendo: “Yo os cogeré”. Esto duró por algún rato; y habiendo vuelto del arrobo, le suplicó la religiosa que había visto las acciones y oído lo que había dicho, la consolara diciéndole lo que había sucedido; y la sierva de Dios con su santa sencillez, juzgando que la otra había entendido todo el misterio por lo que vio y oyó con toda claridad, le refirió cómo había jugado y se había entretenido un rato con el Niño Jesús.
Hallándose cierto día la religiosa que hacía la cocina muy ocupada, y necesitaba avisar al hombre que trabajaba en el huerto que arrancase unas pocas chirivías para hacer un plato a la Comunidad, acertó a pasar por la cocina sor Inés. La religiosa le dijo, si quería hacerle la caridad de decir al hombre del huerto que arrancase las chirivías. Respondióle: “De muy buena voluntad lo haré ahora mismo”. Fue y halló que ya se había salido el hombre; y considerando que para arrancarlas era menester la fuerza de un hombre por haber de cavar profundamente, no atreviéndose a decirlo a ninguna de las religiosas, se resolvió a tomar un azadón y se fue a donde estaban; y así que llegó se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, de edad como de doce años, vestido de gala, y llevando al hombro un azadoncito muy reluciente. Púsose su divina Majestad a hacerle fiestas, manifestarle cariño y a jugar con ella.
Correspondíale sor Inés con sus enamoradas finezas; pero, considerando que la religiosa esperaría las chirivías, le dijo: “Señor, perdonad, que ya no podemos jugar más, porque he de probar si podré arrancar chirivías, que aún se han de guisar para la Comunidad”. Diciendo esto, más juegos movía con ella su divina Majestad; de suerte que se resolvió a decirle: “Señor, estaos quietecito, si sois servido; de lo contrario, os quitaré ese azadoncito que lleváis, porque me gusta mucho”.
Diciendo y haciendo se puso sor Inés a arrancar las chivirías; y al mismo punto, tomando el Señor su azadoncito con bravo garbo, se puso también a arrancarlas. Decía ella: “Bien puede ser que yo arrancase algunas; pero tan pocas debieron ser, que entiendo las arrancó mi cordial esposo”. Tomó las chivirías, llevólas a la cocina, guisáronnlas, sacáronlas al comedor; y así por ser tan crecidas como por el gusto y suavidad que tenían, se admiraron las religiosas todas. Preguntaron a la que las había guisado de dónde había sacado tan admirables chivirías, pues jamás habían comido cosa igual. Respondió que las acompañaba en su sentir; pero sor Inés le había dicho que eran del huerto. Entonces se estrecharon con ella para que dijese de dónde había sacado tan preciosas chirivías; y bien sean por las instancias de sus hermanas, o porque se lo mandó la Priora, que es lo más cierto, la obligaron a que refiriese todo lo que había sucedido .
Uno de los días de carnestolendas, cierto año, después de haber salido a mortificación en el refectorio y haber tomado una rigurosa disciplina, sor Inés se sentó a la mesa; y, estando comiendo, sintió en su interior que la llamaba su divino esposo desde el sagrario del altar mayor de la iglesia del convento. Al instante que pudo desocuparse, fue al coro y, como en ese tiempo estaban cerradas las puertas de la iglesia, levantó el velo o la tela de la reja, arrodillóse y puesta en la divina presencia, decía a su enamorado Jesús; “Amor mío y dueño de mi corazón, muy bien he conocido que vuestra divina Majestad me llamaba, pero por no faltar al acto de la Comunidad, no he podido venir más presto; perdonadme, esposo mío, y, si queréis hacer carnestolendas conmigo, ya me tenéis aquí pronta y rendida para hacer vuestra santísima voluntad.”
Acabadas de pronunciar estas palabras, comenzó el Señor a tirarle desde el sagrario unas naranjitas transparentes y hermosísimas; y ella con mucho agrado y cordial alegría se las volvía a tirar desde el coro, entreteniéndose y regocijándose en estas espirituales carnestolendas. Repitiendo este singular favor, decía que, habiendo sido muchas las naranjitas que arrojó el Señor y otras tantas las que ella le volvía arrojar, pasaron todas por los agujeros de la reja del coro, sobre ser muy espesa y no se lo impidió la reja, ni con ella tropezó naranjita alguna, ni se rompió ninguna de ellas .

  1. EL ÁNGEL CUSTODIO

El año de 1841 una mujer de la montaña vino a buscar a Corps una niñera para su bebé y mi madre me entregó a ella. Después de dos horas de camino, llegamos a su casa en un lugar solitario de la montaña. La familia la componía la anciana madre de la patrona, una hija de 20 a 25 años, un niño de doce y el bebé. Yo debía cuidar al bebé, hijo de la hija de la patrona, nieta de la anciana, pero pronto me enviaron a cuidar las vacas, que eran muchas, y llevarlas a pastar.
Cuando mi padre llegó a casa y preguntó por mí y le dijeron dónde estaba, fue a buscarme y, al encontrarme, me abrazó entre lágrimas. Yo también lloré de ternura y le pregunté por mi madre y la casa. Mi padre le había hecho prometer a mi patrona que me dejara ir un día a Corps a visitar la familia. Después de un mes, me lo permitió. A la ida fue fácil, pues acompañé a varias personas que iban a Corps, pero al regreso estaba sola y no me acordaba del camino. Yo rezaba por el camino. En cierto lugar había dos caminos. ¿Cuál tomar? Una voz dulce me dijo: “Toma el camino de la derecha”. Asombrada, vi a mi costado un niño muy gentil, pero más grande que yo, aunque no era un adulto. Él me dijo: “No lejos de aquí vas a estar en peligro, yo te acompaño. Soy tu ángel guardián, enviado por tu “hermano” para mostrarte el camino.
Al poco rato encontramos a dos hombres que parecían locos o borrachos y que aminoraron el paso antes de llegar a nosotros y nos miraban fijamente. Entonces mi guía dijo con voz fuerte: “Es tarde, apresurémonos”. Yo lo miré y lo vi muy grande. Un poco más adelante mi ángel me dijo: “ Ya ha pasado el peligro, ahora vete derecho, la casa está a siete minutos de aquí .
El ángel custodio nos protege de todo mal y nos cuida como un hermano querido.
El 14 de septiembre de 1901 anotó Melania que había viajado en tren y no había luz en el apartamento, pero que su ángel custodio no la había dejado sola .
En otra ocasión estaba sola en un vagón de tren con un masón. En la primera estación el masón impidió que nadie entrara donde estaban los dos, pero cuando el tren se puso en marcha un hombre alto y joven entró en el vagón y Melania se salvó. Otro día un hombre, mientras ella caminaba, quiso acercarse y divertirse con ella, pero en ese momento llegó el mismo joven alto, bello y elegante, y le dijo: Vamos caminemos más aprisa.
Otra tercera vez, en la casa donde ella habitaba en Castellammare, mientras subía a su habitación, un hombre la agarró por la fuerza. Al momento, el mismo joven de otras veces (que era su ángel) subió las escaleras y le dijo a Melania:  Tengo que hacer una comisión urgente. Así fue salvada también esta vez por su ángel.
A este respecto una persona de plena confianza me escribió lo que sucedió en agosto de 2013 a una joven del grupo de Comunión y Liberación de Milán. Ella tuvo que ir a su casa un poco tarde en la noche por una calle oscura y desierta. Vio venir a dos hombres en sentido contrario y, no pudiendo volverse atrás, invocó con todas sus fuerzas a su ángel custodio. Los dos hombres pasaron sin hacerle nada, pero unos días después leyó en el periódico que, en aquella misma calle y en aquella misma hora, había sido asaltada otra joven. Se presentó a la policía y, después de haber reconocido a uno de los maleantes, pudieron también apresar al otro. Ella preguntó por qué a ella no le habían hecho nada y contestaron que, junto a ella, habían visto a un joven robusto que la protegía. Por supuesto, no podía ser otro que su ángel custodio, aunque ella no lo había visto .

  1. EL PURGATORIO

Un día la patrona me permitió ir a casa a ver a mi familia y me acompañó a Corps. Mi madre se disgustó al verme. No me dejaba hacer nada en casa. Le pedí permiso para ir a la iglesia y allí iba todos los días. Uno de los días, al entrar, vi de pie junto al altar mayor a un sacerdote que rezaba humildemente. Me quedé atrás, al fondo de la iglesia, por respeto al sacerdote que parecía estar en profundo recogimiento en presencia de Jesús Eucaristía. Después, sin saber cómo, me encontré junto al altar y junto al sacerdote. Él tenía la sotana sucia y desgarrada. Su rostro parecía afligido y muy triste, pero humilde y resignado. Me dijo: “Hace más de 30 años que estoy en el purgatorio por no haber celebrado con fe la misa y por no haber tenido cuidado como era mi deber de las almas confiadas a mi cuidado. He recibido la promesa de mi liberación del purgatorio el día y hora en que tú oigas por mí la misa en reparación de mis pecados. Os pido que hagáis por mí 33 genuflexiones, ofreciéndolas al Padre eterno y al adorable nombre de Jesús. El mismo día vi al sacerdote con sotana nueva, sembrada de estrellas brillantes.

Naturalmente, al día siguiente deseé oír misa, pero no tuve permiso para ir a la iglesia. ¿Qué hacer? No podía desobedecer. Durante tres largos días no me permitieron ir a misa y yo ofrecía todo lo que podía por el alma del sacerdote. A los tres días mi madre me permitió ir a misa. Después de la misa vi el alma del sacerdote, transformada, toda bella y resplandeciente de gloria, entrar al cielo .
Otro día estaba guardando las vacas y estaba rezando con la frente en tierra, cuando de pronto vi a mi ángel custodio que me dijo: “Hermana, ven te haré ver las almas de Dios que lo aman mucho sin que lo puedan ver (se refería a las almas purgantes). Me llevó al purgatorio y me hizo ver las diversas penas que sufren esas almas. ¡Qué escenas tan terribles! Había toda suerte de tormentos sin contar el hambre y la sed. Cada una sufría de acuerdo a sus pecados, en la parte de su cuerpo con el que había pecado… Y vi al ángel teniendo en la mano un cáliz lleno de la preciosa sangre de Jesús, que borra los pecados del mundo. Él la echó en aquellas llamas y disminuyeron de volumen y de intensidad. Las almas esperaban la caridad de misas, oraciones, penitencias y sacrificios para volar al seno de Dios. Ellas saben que después de su purificación, podrán gozar eternamente. Si Dios, por un imposible, dejará entrar a una de ellas en el cielo con sus faltas, aun veniales, sería incapaz de soportar la explosión de luz eterna del cielo y no podrían ver al Santo de los santos. Y por eso ellas pedían a su ángel que (al morir) las llevará al purgatorio para lavar hasta el último vestigio de sus faltas .
Melania afirmó: Hay almas en el purgatorio que no ven a su ángel custodio, como si no estuviera con ellas. Debo anotar que estas almas son muy poco numerosas. Normalmente los ángeles custodios están siempre visibles a las almas de las que han cuidado durante la vida mortal. Además, hay almas que ven al ángel de su iglesia (parroquia o de su diócesis o de su comunidad o de su familia, depende). Todas las almas por medio de su ángel saben quién ha rezado por ellas. Todas estas almas del purgatorio aman a Dios perfectamente, todas están plenamente resignadas a su adorable voluntad. Su única oración es una continua acción de gracias hacia la infinita misericordia de Dios, que ha creado ese lugar de purificación a fin de hacerlas dignas de sentarse en el banquete nupcial de la eterna felicidad .


Y anota: Recé cinco padrenuestros y avemarías para honrar las cinco llagas de Jesús por las almas del purgatorio. Y entonces vi diez almas sacerdotales salir del purgatorio, que me agradecieron y volaron al cielo. Nuestro Señor dijo: “Reza siete padrenuestros y siete avemarías, añadiendo el salmo Laudate Dominum omnes gentes” (Mi hermano me lo había enseñado) En honor a las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz.
Le pregunté: “Señor, ¿cuántas almas libramos así? Me dijo: “Catorce” Yo obedecí y recé y vi subir al cielo doce sacerdotes y dos laicos solteros .
Otra vez recé para que el Señor librara a cinco de las almas que más habían honrado a la Virgen María y vi a Jesús todo glorioso y resplandeciente. Él tenía los brazos extendidos sobre la tierra y sus cinco llagas abiertas como cinco soles. Las almas por las que había rezado estaban a su alrededor y nadaban en la felicidad y la gloria del cielo. Recé por las almas del purgatorio y fueron libradas doce: dos obispos, siete sacerdotes, una virgen y dos padres de familia. Las almas del purgatorio tienen a su lado a su ángel custodio, que no las dejan hasta que estén totalmente purificadas .
Nos dice: Un día vi a una pobre mujer sentada, que parecía humillada y afligida. Me acerqué a ella para consolarla sin saber que era una persona difunta. Entonces ella se dio a conocer (era la madre del padre Combe) y me dijo que tenía un hijo sacerdote y que sufría en el purgatorio por haber educado a su hijo con debilidad, porque lo amaba mucho. Después de ese día la vi también, pero ya alegre y gloriosa. Había estado algunas semanas en el purgatorio .
Cuando murió el papá del padre Combe, Melania le dijo que lo había visto con su ángel custodio, que caminaba delante del él . Debía haber estado muchos años en el purgatorio, pero por las oraciones de Melania y de su hijo solo estuvo 1 año y 3 meses.

Un día estaba yo sola con el bebé, oí ladrar al perro. Salí a ver y vi que venían tres o cuatro hombres con el rostro tapado. A los pocos minutos entraron precipitadamente en la casa y revisaron todo para llevarse lo que podían. Me dijeron: “Tenemos hambre”. Yo les dije que podían tomar pan y queso y algunos otros alimentos y les indiqué dónde estaban. Me miraron con atención y, pensando que querían algo más, les dije que al fondo había jamones y les mostré dónde estaba la escalera, a la que subía la patrona para cogerlos. Ellos se fueron y uno de ellos regresó al momento, tomó un montón de paja, lo prendió y lo echó sobre la cuna del niño. Yo grité: “¿Qué haces? En nombre de Dios, no le hagas daño”. El hombre se fue y a toda prisa quité la paja encendida de encima del niño, que felizmente no recibió daño alguno. Al poco tiempo llegó la patrona y le conté todo y me reprendió, diciéndome que había pecado por haber dicho cómo subir a coger los jamones y otras cosas .
Otro día la hija de la señora oyó un ruido fuerte en el establo. Tenía a su hijo en una silla delante del fuego y corrió al establo a ver qué pasaba. El niño cayó sobre las llamas y empezó a dar gritos. La mamá del niño acudió rápidamente, vio a su hijo desfigurado y quemado por el fuego y se desmayó. En ese momento yo llegué. Tomé al niño y recé. Puse mis manos sobre su cabeza, haciendo la señal de la cruz. La mamá, que había perdido el conocimiento por el susto, cuando se recuperó, vio al niño perfectamente bien y sin huellas de quemadura .
Yo con mi delantal había apagado el fuego y había secado el rostro del niño. El niño estaba irreconocible por las quemaduras y sus gritos parecían cambiarse en gemidos de muerte. En el nombre de Jesús, le hice varias señales de la cruz sobre sus llagas. En un instante, el niño abrió los ojos. La madre volvió en sí y solamente ella tenía las manos quemadas, el niño estaba totalmente sano .

A fines de enero de 1842 mi padre había dicho que regresaría a casa por unos días, pero el jueves mandó a decir que no llegaría hasta el 15 de febrero. Entonces mi madre me ordenó que volviera a dormir debajo de su cama. Al poco tiempo, llegó mi patrona y quiso que fuera con ella para estar allí todo aquel año. Mi madre me dejó ir contenta. Las montañas estaban cubiertas de nieve y no podía salir con las ovejas. Me ocupada en trabajos de la casa y del establo. Después de dos o tres semanas, la señora me mandó todos los días a llevar la comida a un hombre que se llamaba Mauricio. Era el padre del bebé de la casa y trabajaba en una cantera de piedra. Yo, al verlo, como una vez me había besado en la casa, me sentí angustiada y empecé a rezar: “Mamá, mamá inmaculada, ayúdame”. Mauricio me saludó con respeto, tomó la cesta y se fue. Por la tarde, Mauricio fue a la casa y la señora, después de un rato, me hizo llamar y me preguntó quién era aquella Dama que estaba conmigo, cuando Mauricio vino a recoger la cesta. Le respondí que estaba sola .
Hasta fines de marzo le llevaba la comida a Mauricio todos los días y le decía algunas palabras sin saber su significado como si fuera un lorito que repite lo que oye sin saber lo que dice. Algunas veces, Mauricio derramaba lágrimas, pero un día él me dijo que quería cambiar de vida y se casaría con la hija de la patrona; y así lo hizo en su momento.
Después de un tiempo, se habló del matrimonio de la hija de la señora con Mauricio. Y he aquí que un día la señora me acusó seriamente de que le había robado una gran cantidad de dinero y me amenazó de mandarme a la cárcel, si no se lo devolvía. Y eso se lo decía a todos los vecinos y amigos que iban a su casa. Yo sufría y todo se lo ofrecía al Señor, hasta que un día la misma señora me llamó y me dijo que todo era un invento suyo para ver si Mauricio se casaba con su hija, sabiendo que no tenía dinero .
Una vez había nevado mucho y el viento silbaba con fuerza. No se veían huellas en el camino. La niebla era espesa y no se veía a dos metros de distancia. Varias veces me extravié, pero fui socorrida. Había ido al poblado de “Le Serre” a traer fuego a la casa de la montaña y, como había mucha nieve y viento, la llama se me apagó en el camino. Yo estaba triste, porque la patrona me esperaba con impaciencia para encender el fuego. No sabía qué hacer, pero, por la pena que causaría a la señora , me  hinqué de rodillas en la nieve y recé a Dios que me ayudará. Y continúe la marcha entre la niebla espesa. Entonces oí el vuelo y los gritos de un cuervo, que tenía como un trapo encendido en la boca. Descendió hasta mí y me dejó su trapo encendido y se fue. Yo agradecí a la divina providencia, que no permitió que causara un gran disgusto a la patrona .
El cuervo era un ángel. Esta historia se parece a la del profeta Elías. Se escondió en el torrente Kerit del rey Ajab, que lo buscaba para matarlo. Y dice la Biblia: Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde y bebía del torrente. (1Rey 17, 2-6).
12. PREDICANDO A LOS ANIMALITOS
Nos dice Melania: Cuando llevaba a los animales a pastar, mientras era buen tiempo, me sentía feliz de estar sola, lejos de las personas y cerca de Dios. Algunas veces, cuando la nieve cubría las cimas de las montañas, los lobos, los zorros y las liebres buscabann qué comer. Entonces les distribuía mi pan y esas bestias estaban contentas y yo les hablaba de Dios. Al principio venía un lobo solo, después venían todos los días varios lobos, varios zorros, liebres, tres pequeñas gamuzas y una nube de pájaros. Yo les predicaba y después les cantaba. Todos estaban con gran atención e inclinaban su cabeza al decir el nombre de Jesús, de María y José.
Los lobos venían normalmente juntos a una hora fija, los zorros también, al igual que las liebres, los pájaros y las gamuzas. Una vez llegados, cada uno tomaba su puesto prefijado. Un día vino una serpiente, pero la mandé irse. Los lobos y los zorros, después de la prédica jugaban y corrían entre ellos. Los zorros les mordían la oreja o la cola a los lobos. A veces molestaban a las liebres, pero sin malicia, y les hacían dar volteretas, las gamuzas las cogían de la cola. Pero cuando les decía que era hora de retirarse, se iban tranquilos .
Al padre Combe le aclaró: Cuando venían los animales a pedir comida, venían cinco o seis lobos y toda clase de animales. Un día refiere que castigó a un zorro que no hacía más que bromas tirando a un lobo de la cola. Otro día llegaron tres o cuatro serpientes de un metro y medio de largo y gruesas como los pies de la mesa y, además, muchas culebras pequeñas. Los otros animales las miraban con recelo y ella los despachó, porque además no podían llevar la cruz en la procesión.
Dice: Yo había hecho algunas cruces y colocado en un hoyo en medio de unos palos. Los más inteligentes de los animales de cada especie llevaban un palo entre dos, sosteniéndolos con los dientes, cada uno por un extremo. Entre cuatro hacían una cruz con los dos palos. Los otros los seguían en fila. Íbamos a un paraíso, un pequeño altar con muchas flores que hice en la montaña. A veces venía algún animal desconocido. Un día le dije a un lobo: “¿Quién eres tú?” Y me mostró a su padre a su costado. Cuando venían a pedir comida, se sentaban delante de mí y con su cabeza me frotaban las rodillas para decirme que tenían hambre .
Un día un viejo zorro la tiraba para que fuera con él. Dejó sus animales, probablemente con su ángel custodio, como hacía algunas veces, y se fue con el zorro, que la llevó a su guarida, donde vio un zorrito pequeño enfermo. Ella lo acarició y curó.
En la vida de san Martín de Porres se cuenta que con el poder de Dios hacía que le obedecieran los animales. Consiguió que comieran todos los días en el mismo plato, sin pelear, un gato, un perro y un ratón. Fray Juan López afirmó en el Proceso de canonización que “vio comer juntos sin ofenderse perros, gatos y ratones . Fray Antonio de Morales asegura que “en una ocasión mandó a un perro, a un gato y a un ratón que comiesen juntos como si fueran de la misma especie y después de comer, se fueron cada cual, por su parte, obedientes a la voz del siervo de Dios .
San Francisco de Asís también predicaba a los animales. Se cuenta que un día se internó en el campo y comenzó a predicar a los pájaros que estaban por el suelo. Al punto todos los que había en los árboles acudieron junto a él. Mientras san Francisco les iba hablando, todos aquellos pájaros comenzaron a abrir sus picos y a estirar sus cuellos y a extender sus alas inclinando respetuosamente sus cabezas hasta el suelo y a manifestar con sus actitudes y con sus cantos el grandísimo contento que les proporcionaban las palabras del padre santo. Terminada la plática trazó sobre ellos la señal de la cruz y les dio licencia para irse. Entonces todos los pájaros se elevaron en bandada en el aire entre cantos armoniosos .
Igualmente hermoso es el relato del lobo de Gubbio que tenía aterrorizados a la gente de la comarca. San Francisco fue a buscarlo y, al verlo, se le acercó resueltamente y el lobo avanzó a su encuentro con la boca abierta. San Francisco le hizo la señal de a cruz y le dijo: Yo te mando en el nombre de Cristo que no hagáis daño ni a mí ni a nadie. El lobo se acercó como un cordero y se echó a los pies de san Francisco. Y él le dijo a la gente: El lobo me ha prometido hacer paces con vosotros y no dañaros en adelante, si vosotros os comprometéis a darle cada día lo que necesita. Yo salgo fiador por él de que cumplirá fielmente por su parte el acuerdo de paz… El lobo siguió viviendo dos años en Gubbio: entraba mansamente en las casas de puerta en puerta sin causar mal a nadie y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba y, aunque iba por la ciudad, no le ladraban los perros. Al cabo de dos años murió el lobo de viejo .

Un día llegó mi padre a la casa lleno de cólera y empezó a recriminar a mi madre por no tener cuidado de las cosas de la casa y de maltratarme. Cogió la estufa, la derribó y le ordenó a mi madre que se fuera de la casa, que ya no la quería. Al oír eso y ver llorar a mi madre, corrí a mi padre para que no le pegara y le dije: “Perdónala, deja a mamá en casa. Si quieres pégame a mí”.
Mi padre con su mucha cólera no oyó razones. Abrió la puerta y mi madre se fue a la casa de una amiga. Poco a poco, mi padre se calmó, pero yo estaba con lágrimas en los ojos y no tenía ganas de comer. Sin embargo, oculté en mis rodillas algunos alimentos para llevárselos a mi madre, que no había comido.
En la noche, cuando mi padre estaba ya en la cama, salí de casa llevando los alimentos. No sabía la dirección donde estaba mi madre. Después de pasar varias calles, pensé ir a casa de una de sus amigas y allí estaba ella. Al abrirme la puerta, yo corrí a abrazarla y darle los alimentos, pero ella me dio una fuerte bofetada que me hizo caer en el suelo y me hizo salir sangre de la nariz y la boca. Me quedé en el suelo hasta que la amiga de mi madre me levantó, pues yo estaba aturdida.
Por la mañana temprano, el esposo de la amiga fue a ver a mi padre para pedirle que recibiera a su esposa. Él parecía inflexible. Pedía que yo fuera a casa para cuidar de las cosas y de mis hermanos, pero yo no quería dejar sola a mi madre. Esa misma mañana algunos vecinos dijeron a mi madre que mi padre se había ido a trabajar y nos fuimos a casa.
Después de un mes o dos, regresó mi padre y no habló más de lo que había sucedido. Cuando se fue de nuevo, le recomendó a mi madre que me cuidara, porque yo era débil y enfermiza. Ella en cambio no hizo caso .
Uno de los días mi madre me dijo que le había robado un anillo que su madre le había regalado. Creyó que se lo había dado a alguien y me preguntaba a quién se lo había dado. Era una buena ocasión para probarle a mi padre lo mala que yo era. Durante un mes, me mortificó diciéndome que yo era ladrona y mentirosa, y no me permitía salir de casa. Cuando vino mi padre, le contó sus quejas de mi mala conducta. Mi padre me reprendió por haberme llevado el anillo y preguntó a mi madre dónde estaba el anillo. Al decirle que, en una pequeña caja, él dijo: “Me parece que yo tomé esa caja, que encontré entre los vasos del armario. La tomé y la puse en el cajón de los pañuelos”. Fue a ver y allí estaba. De esa manera mi padre le hizo muchos reproches a mi madre y yo me privé de haber sufrido algo por amor a Jesús .

En febrero o marzo de 1843 una buena mujer vino a pedirme para trabajar con ella. Esta buena familia estaba compuesta por el padre, la madre y dos hijas de más de 20 años. Todas las tardes rezaban en común. A los pocos días de salir a pastar las ovejas, otros pastores me invitaron a ir con ellos y sus rebaños. No quise, porque no conocía todavía bien a mis ovejas. Ellos se molestaron y los pastores y pastoras me dijeron que, si veían a los lobos atacar a mis ovejas, no me ayudarían. Se llevaron los rebaños a la parte baja de la montaña, mientras que yo llevé el mío a lo alto. Allí había nieve, pero había lugares en que había hierba fresca. Algunas horas después, oí pitos, gritos y lamentaciones. Mis ovejas, atemorizadas, vinieron junto a mí y las agrupé. Miré hacia abajo y vi venir a un lobo con su presa y después otro. En la tarde supe que los lobos se habían llevado cinco ovejas y habían matado un perro.
Mis patrones me dijeron que yo debía tener un silbato para pedir ayuda en caso de que viniera el lobo. Ese mismo día, recogiendo flores, encontré un escudo (unos diez céntimos). Mis patrones me lo dejaron para mí y con ello compré un silbato. De modo que siempre iba al campo con mi silbato en mi bolsillo. Un día vino a verme mi “hermano” y le mostré mi silbato. Silbé y le dije: “Adivina qué dice mi silbato”. Él me respondió: “Amor, venid” Muy bien. Silbé otra vez. Y él contestó: “Ahora ha dicho: Yo veo mi camino rodeado de espinas”. Le dije: “Has adivinado”.
Entonces me dijo, ahora me toca a mí: “Tocó y no pude adivinar su significado”. Él me dijo: “Ha dicho: Yo te saludo por mis hermanos, oh sangre inmaculada del hombre Dios, moneda preciosa que rescata a los pecadores”. Le manifesté que había tocado mucho. Entonces tocó poco y le contesté: “Quizás ha dicho: He aquí a Jesús y tú no has hecho nada de bueno.” Él me dijo que sólo había acertado la mitad, pues había dicho: “Aquí está Jesús, poneos de pie ”.
Un día estaba con las vacas un poco lejos del pueblo. En la tarde se desató una gran tempestad. Los truenos y relámpagos daban miedo y la lluvia caía a torrentes. Procuré regresar al pueblo cuanto antes, pero, llegados a cierto lugar, las vacas se detuvieron y querían volverse atrás. Había un pequeño río, que había crecido muchísimo. Normalmente se pasaba sin ninguna dificultad, pero ese día no se podía pasar. Las vacas sufrían y estaban temerosas. Recé a mi madre del cielo y le hablé de mi temor. De repente, veo a mi “hermano” cerca de mí, que me dice: “Hermana, no tengas miedo, ven”. Hago regresar a mis vacas al torrente. Mi “hermano” levanta su brazo derecho sobre el torrente, haciendo una gran señal de la cruz, y el torrente quedó cortado de la parte donde venía el agua. Él me dijo: “Pasa, hermana”. Le respondí: “Espera que haga pasar a las vacas y nosotros pasaremos juntos”. Nos dimos la mano y pasamos. Llegados a la otra orilla, no vi más a mi “hermano” y el torrente volvió a hacer ruido y a llenar el agua del cauce, que había quedado sin agua durante unos momentos, al pasar nosotros y las vacas .
El río quedó seco al igual que el mar Rojo cuando pasaron los israelitas (Éxodo 14) o en el paso del Jordán (Josué 3). En la vida de san Francisco Solano se refiere que de una correría desde San Miguel de Tucumán a Santiago del Estero no podían vadear un río muy hondo. A la otra orilla había 40 carretas detenidas esperando mermase la corriente. El santo dijo a su acompañante que no tuviese pena que Dios lo remediaría. Les dijo a todos: No tengan miedo, mañana a las 9:00 a.m. pasarán el río. A esa hora el río había bajado tanto sus aguas que pudieron pasar fácilmente. Pero después de haber pasado los unos de una parte y los otros de otra, el río se volvió muy caudaloso sin poderse de nuevo vadear como antes, sin haber llovido por entonces . Realmente fue un milagro de Dios por medio del santo.

Un día, al regreso de la iglesia, mi madre me dijo: “Dentro de unos momentos vendrá una señora a recogerte para trabajar con ella durante este año”. Una hora después partí con ella. Yo hubiera querido despedirme y abrazar a mis dos hermanas, pero no me dieron ese gusto. Después de dos horas de camino, llegamos a la casa de la señora. La familia estaba compuesta por los esposos y una niña de dos o tres años. La nieve cubría la tierra y no podía por el momento llevar a pastar a los animales. Mis patrones no tenían más que una cama y parece que habían pensado hacerme acostar con ellos. En esta casa no hacían oraciones en familia. Por la noche hice un poco de oración. Ellos me dijeron que me diera prisa para acostarme. Dónde pregunté. Me respondieron: “Aquí”, era con ellos, pues la cama era grande. Yo les manifesté que nunca lo iba hacer. Ellos ordenaron acostarme, pero no lo hice. Lo mismo pasó la segunda y tercera noche.
La cuarta noche tuve una cama para mí sola. Estaba al pie de su cama. Yo me acosté, cuando apagaron la lámpara por la noche. La cama era una pequeña palangana de madera que había servido para dar de comer a un lechón, que mis patrones habían querido criar y se murió. Pero la palangana no era suficientemente grande para acostarme dentro y tenía dos clavos en el fondo. Además, no había cubierta ni sábanas ni mantas. Dentro solo había un paquete de cardos secos. Mi cama pues, estaba adornada con plantas que picaban. La primera noche me acosté sin desvestirme, las otras noches me desvestí en partes solamente.
No sé cuánto tiempo estuve en esa familia. Después de un mes o dos les oí decir que en ese pueblo había tres niños de mi pueblo, Corps. Uno de ellos vino una mañana a pedir a mis patrones que me dejaran ir a Corps a ver a mis padres. Mis patrones dijeron que dependía de si yo quería ir, que me preguntara. Entró a la casa y vio mi cama y, al llegar al pueblo, les dijo a mis padres en qué condiciones me tenían. Al regresar el chico después de cuatro o cinco días, les dijo a mis patrones que mi madre estaba enferma y que tenía necesidad de mí. Me dejaron ir a casa y encontré a mi madre en perfecta salud y el jueves ella ya me había dado a otra familia.

Esta nueva familia se componía del padre, de la madre, de una hija de 25 años y de un hijo de unos 23 ó 24 años. Después de saludar a mis patrones me fui al establo para conocer el rebaño. Había tres vacas, pero después me enteré que dos eran toros y además tres o cuatro eran cabras. Mi impresión al entrar en esa casa fue mala. Parecía que ellos no se lavaban las manos y la cara. Parecían deshollinadores. Ellos dormían en dos camas en la misma habitación y querían que yo durmiera también en la cama de los dos hijos. Me puse a rezar y, a pesar de que me insistían en acostarme, manifesté que no lo haría en esa cama. Me urgían a acostarme antes de apagar la lámpara, pero no quise. De pronto el papá me dijo: “Te acuestas o te mato” y se puso a blasfemar como un demonio. Yo temblaba y rezaba a Jesús y a la Virgen. No me acosté en la cama ninguna noche, a pesar que el papá me pegó y me arrastró por los pelos por la habitación. Por la mañana casi no podía levantarme. Tenía el cuerpo adolorido y los cabellos estaban con sangre. Me levanté cojeando y salí a buscar una fuente para lavarme. No encontraba ninguna y fui al prado pensando en lavarme un poco con el rocío de la mañana. En ese momento una voz en mi interior me dijo: “Vete a la derecha detrás de la casa y encontrarás agua.” Obedecí y la encontré. Cuando volví a la casa vi a dos mujeres que me dijeron: “¿Tú no sabes que el monje (apodo del padre) nunca ha podido tener pastor o pastora? El último se fue el sábado. No le daba de comer y le hacía trabajar como un negro. Solo estuvo tres días, otros no se quedan más que un día”.
Un día vino mi padre a verme porque le habían hablado de la mala vida que llevaba. Estaba saliendo al pasto y me preguntó: “¿Llevas algo para comer?” “Sí, papá”. “Quiero verlo”. Saqué del bolsillo un pedazo del pan y mi padre lo examinó y lo tiró al suelo. Me dijo: “Regresa los animales, me voy hablar con tus patrones”. Hice entrar a las bestias y mi padre me dijo: “Mira, ni las vacas ni las cabras quieren comer ese pan enmohecido”. Mi padre hizo gran alboroto con los patrones. Quería que regresará con él, pero los cuatro de la familia le aseguraron que cuidarían de mí; al final, les creyó y me dejó.
En tiempos de las cosechas mis patrones hacían una cabaña con las gavillas de trigo para cuidar la cosecha de los ladrones. Al llegar la noche, los cuatro se acostaban sobre la paja de la cabaña provisional. Yo rehusé dormir con ellos Mi patrón blasfemaba y me hacía temblar. Me dijo: “Bien, si no quieres dormir, debes trabajar. Vete a recoger espigas”. Obedecí. Al amanecer él vino a ver cuántas había recogido y le dije que había recogido todas las espigas de su campo de trigo. El replicó que no era suficiente y que debía ir a los otros campos a robar las espigas. Le respondí que yo no podía robar. Él me mandó a robar gavillas enteras. Como no le obedecía, comenzó a tirarme piedras sin misericordia y me hirió en el labio superior y en la cabeza. Me caí y siguió tirándome piedras hasta que un hombre le gritó: “Asesino, asesino, tú mereces que la justicia te lleve a la cárcel ”.

Un día fui al establo y tuve miedo. Los toros mugían y golpeaban el suelo con los pies y se molestaban a medida que me acercaba a ellos. Hice salir a las cabras. La hija me enseñó que debía llevar una vara para defenderme de los toros. Al pasar por la calle, la gente me miraba con curiosidad. Algunos decían: “Pobre niña, va a sufrir de hambre”. Uno me dijo: “Mira, ese vergel es mío y allí hay muchos frutos. Te permito coger los que quieras comer”.
Me fui con los animales sin saber adónde. En una casa pregunté dónde estaban los pastos comunales. Una mujer me los indicó, me dijo; “Tú debes estar en casa del monje, es un ladrón y asesino, además de avaro”. Yo estaba preocupada, porque los toros podían hacer daño a alguien, ya que cuando veían a alguien iban corriendo por él. Además, pasaban por los trigales y los dañaban. Al atardecer, no sabía cómo podía hacerlos regresar al establo. Me acordé de lo que me había enseñado mi “hermano”: “Antes de la caída de Adán y Eva, los animales les obedecían”.
Yo pensé: “Por el bautismo soy hija de Dios y por su palabra y por la sangre derramada de Jesús para borrar nuestros pecados, en su nombre ordeno a mis toros estar tranquilos, cuando los ate o desate. Al llegar al establo, pude atarlos sin dificultad .
En la vida de san José Anchieta, apóstol de Brasil, refiere Francisco Vargas: Me contó Florencia Baldasarro que en un trapiche de azúcar querían poner al yugo a un buey que no estaba domado aún. Y estando tres a cuatro hombres en la tarea, no pudieron por la ferocidad del animal. Viendo esto el padre José, se acercó al buey y le dio tres veces la bendición con la señal de la cruz y le dijo a un muchacho que se acercase y le colocase el yugo. Y sin ningún problema el muchacho lo hizo encontrando al buey manso y tranquilo .
Un santo que tenía el don de someter a la obediencia a los toros era el beato Sebastián de Aparicio, apóstol de México. Un día le regalaron un toro bravo y la gente vio que le estaba lamiendo la mano, cuando  le estaba dando un pedazo de pan. Fray Sebastián se llevó al toro por el camino con toda facilidad .
Una señora declaró en el Proceso que había un toro muy fiero que seis hombres a caballo no lo podían reducir y había puesto en sobresalto a toda la vecindad. Fray Sebastián fue a su encuentro y le dijo: Ven aquí. Se sacó de la mano un pedazo de pan y se lo dio. Y, habiendo comido el pan en las manos del siervo de Dios, lo llevó del cuerno a la carreta y lo amarró. Los presentes quedaron maravillados .
Por la noche el padre me golpeó por no meterme a la cama, la siguiente noche me golpeó de nuevo y parecía que ya no tenía cabellos, porque me había arrastrado por la habitación. Esa noche estaba furioso y pidió el hacha, porque quería matarme por no obedecerle, pero en ese momento oí una música armoniosa y no le oí blasfemar. Una luz brillante de vírgenes vestidas de blanco plateado rodeaban a Jesús. Me dormí y todos mis dolores desaparecieron y los miembros dislocados se arreglaron y se curaron mis heridas. Las vírgenes tenían cada una, una flor diferente en la mano derecha: una margarita, una rosa, una flor de lis, una violeta, etc. Y cada flor tenía en medio la imagen viva de Jesús. También estaba María como reina con una sonrisa celestial.
Cuando desapareció la visión, me encontré sentada en el suelo, teniendo a mi costado una silla hecha pedazos. Mis patrones estaban todavía en la cama. Yo salí para rezar un poco en el establo. Después de una hora, oí que hablaban y discutían entre ellos. Yo entré para ver dónde debía llevar los animales y me preguntaban dónde me había escondido, porque con una lámpara me habían buscado por todas partes y yo no estaba en la casa y, para salir, debía haber pasado por el agujero de la cerradura.
En la vida de san Martín de Porres también se cuenta que, después de comulgar, no lo encontraban al menos que hubiera una gran necesidad .
Al día siguiente, me fui con los animales a los pastizales. Ese día no sé qué vieron en la lejanía los dos toros, si fue una liebre o un perro, pero ellos se fueron corriendo y se dirigieron al río. Recé para que pudiera encontrarlos. Tomé mi vara, en la que desde el primer día había hecho la señal de la cruz, y la planté en un lugar y conduje a las vacas y a las cabras a ese lugar, ordenando en nombre de Jesús que no se alejaran de la vara. Me fui a buscar los dos toros. Estaban en medio de un precipicio. ¿Se habían caído allí? Yo no podía ir allí a buscarlos. Me puse de rodillas y recé al buen Jesús. Cuando me levanté, miré al fondo del precipicio y he aquí que los toros estaban subiendo precedidos por mi ángel de la guarda, que les marcaba el camino a seguir. Así llegaron en buen estado. Mi ángel me presentó una especie de cáliz como un magnífico vaso, todo de plata, que en el interior parecía de oro, para beber de él. Después me dio un clavel diciéndome de empaparlo en el contenido del vaso y comerlo. Le dije: “¿Te puedo llamar amigo?” “Sí, me respondió, llámame siempre amigo, porque soy tu amigo, servidor de Jesús como tú ”.

Cuenta Melania: Una vez salí al campo para hacer pastar al rebaño. Comencé a hacer mis oraciones y, de repente, se presenta una mujer que llevaba chucherías para vender. Al verme, se acercó y me ofreció sus mercancías. Le dije que no necesitaba nada. Ella insistía diciéndome que para el tiempo de frío debía estar bien vestida. Quizás necesitas unos aretes para las orejas y así llamar la atención. Yo tengo uno que encanta y hace encontrar un buen esposo. Le contesté: “Señora, yo no necesito nada de lo que tiene”.
La mujer se me acercó y sin tocarme me dijo: “Yo puedo presentarte un buen esposo que te amará mucho o quizás dos o tres, te los puedo presentar”. Le respondí: Si hace venir a alguien, llamo a mi madre”.

Entonces, hice la señal de la cruz sobre mí y sobre el cielo, diciendo: “En virtud de la sangre de mi Salvador, abríos cielos y denme a mi Salvador”. Al instante, un perro grande, blanco como la nieve, llegó corriendo, ladrando como para devorar a la mujer, que huyó de inmediato y entró dentro de la tierra. El perro se regresó de dónde había venido y también desapareció . No es necesario decir que la mujer era el demonio en persona y que fue expulsado por el poder de la señal de la cruz.
El poder de la cruz fue especialmente manifiesto en la vida de san Nicolás de Tolentino. A los enfermos los bendecían con la señal de la cruz y se curaban. En la bula de canonización, el Papa Eugenio IV manifestó el 1 de febrero de 1446: Una persona estaba enferma de la parte izquierda de su cuerpo y no podía mover ni sus manos ni sus pies ni ver con el ojo izquierdo. Los médicos no le hacían nada. Nuestro santo lo tocó, haciendo la señal de la cruz en la parte enferma, y quedó inmediatamente curado.
Una señora sufría desde hacía tres años hemorragias. Se acercó a Nicolás, le besó la mano y le pidió que rezase al Señor por su salud. El santo la bendijo con la señal de la cruz y quedó curada .
Otra cosa interesante es la aparición del perro blanco con patas rojas, que no era un perro normal. Hace huir a la mujer, que era el mismo demonio. Esta escena se parece a lo que refiere san Juan Bosco del perro Gris. Un perro que se le presentaba cuando había peligro para su vida, porque algunos lo acechaban para matarlo. Entonces aparecía el perro y los hacía huir. Este perro se le apareció durante 30 años y nunca se le vio comer. San Juan Bosco creía que era su ángel custodio y decía: Aquel animal fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros en los que me encontré.
Veamos un caso parecido en sus Memorias biográficas: Era a fines de noviembre de 1854. Volvía a casa una noche muy oscura y nubosa desde el centro de la ciudad de Turín. Al llegar a cierto punto del camino advirtió don Bosco que dos hombres le precedían a poca distancia y que aceleraban o detenían el paso a medida que él lo aceleraba o disminuía; más aún si atravesaba a la parte opuesta para esquivarlos, ellos hacían lo mismo. No quedaba duda de que eran dos maleantes. De pronto se le echaron encima y le cubrieron la cabeza con una manta. El pobre don Bosco se esforzó para no dejarse envolver, se agachó rápidamente y se defendió. Quiso pedir ayuda, pero uno de los asesinos le tapó la boca con un pañuelo.
En aquel momento terrible de muerte segura, mientras invocaba al Señor, apareció el perro Gris, el cual se puso a ladrar tan fuerte y con tales ladridos que no parecía el ladrar de un perro o de un lobo, sino el aullar de un oso rabioso que atemorizaba y ensordecía a la vez. Se levantó con sus patas contra uno de aquellos maleantes y le obligó a dejar la manta, después se echó sobre el otro y le mordió y lo derribó por tierra. Cuando el otro quiso huir, el Gris no le dejó, porque saltó sobre sus hombros y lo arrojó también al fango. Hecho esto se quedó inmóvil aullando y contemplando a aquel par de canallas como si dijese: “Ay de vosotros si os movéis”
Don Bosco le habló al perro para que les dejara libres y ellos huyeron a toda prisa. El perro lo siguió hasta el Oratorio y no lo dejó hasta que subió a la escalera que daba a su habitación .

Un día yo tenía mucha hambre y no tenía nada para comer. Traté de comer cinco nueces y me sentí peor. Me senté en la hierba sin fuerzas y le pedí a mi ángel custodio que cuidara de los animales. Después del mediodía, yo me desperté y oí ruido, alguien venía. Intenté levantarme, pero no podía. La cabeza se me caía. El hombre llegó hasta a mí y me dijo: “Amiga ¿Estás sufriendo? Le dije que se me iba pasar para cuidar a los animales. El hombre me presentó tres pequeños panes, redondos y tiernos. En cada uno de ellos había un crucifijo. Yo no quería aceptar, pero me insistió y me dijo: “Te ruego, buena amiga, en nombre de Dios, toma estos panes, te estás muriendo. La divina providencia me manda que comas estos panes”. Yo hice la señal de la cruz y besé el crucifijo. Comíi un poco y, desde que bajó a mi estómago, me sentí fortalecida como por encanto. Metí los otros dos panes en mi bolsillo. Cada cierto tiempo tomaba un poco de pan, sin comer el pedazo del crucifijo, que yo quería comer al final, como lo hice. Agradecí al hombre y le pedí que, si encontraba a mi “hermano”, le dijese que estaba deseosa de verlo. ¿Y dónde está tu “hermano? Le respondí: “Está con su mamá” “¿Y cómo es él?” “Oh, mi “hermano” no es más grande que yo, pero lo reconoceréis rápidamente, porque es el más bello de todos los niños, más hermoso que el sol, su presencia es un paraíso, es blanco como la más bella lis y sus mejillas son rosadas como las más hermosas rosas de mayo. Sus ojos son claros, dulces y penetrantes como dos soles. Su voz es dulce y sonora”. Pero mi “hermano” no vino y yo lo buscaba anhelante .
¿Quién era ese hombre que le trajo esos panes milagrosos? Su ángel custodio, que la llamaba siempre amiga.
Santa Verónica de Binasco declaró que fue su ángel quien un día le dio un pan celestial. Con el permiso de la Superiora estuvo todo un día en el desván en oración sin comer. El Señor la quiso socorrer milagrosamente y envió a su ángel con un pequeño pan, blanquísimo y fresco, como si hubiese sido recién sacado del horno. Era bastante pequeño, pero lo comió Verónica y la fortaleció como si hubiera comido un pan grande. Ese mismo año, el día de Navidad, el ángel le llevó un pan igual y le produjo el mismo efecto. Y así durante casi tres años le llevaba  pan semejante y se lo llevaba tres días a la semana, en los días en que solía ayunar a pan y agua y no iba al comedor con las demás hermanas. Solo lo sabía la Madre Tadea. Una vez se enfermó la Madre Tadea y ese día el ángel le llevó dos panes en vez de uno .
Este caso se parece a lo que nos dice la Biblia del profeta Elías. Huía del rey Ajab y estaba desfallecido por falta de comida. Se durmió y un ángel lo despertó: Levántate y come. Vio una torta cocida y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. De nuevo el ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come” y con la fuerza de esa comida caminó 40 días y 40 noches hasta el monte de Dios, El Horeb (1Re 19, 5-8).
20. DESPOSORIO ESPIRITUAL
El 24 de junio de 1844, fiesta de san Juan Bautista, con doce años, Melania tuvo una visión. Dice: El Señor me dio un recogimiento y vi como una inmensa nube blanca o nube luminosa de una luz sin límites, inaccesible y sempiterna en la que estaba el Padre eterno. Tenía una palma verde transparente, sembrada de piedras preciosas.
Nuestro amoroso Salvador estaba delante del altar en la luz increada e inaccesible y ofrecía al Padre todos los méritos de su dolorosa Pasión en favor de los hombres mortales. San Juan Bautista estaba de asistente, teniendo en la mano un incensario de oro en el que estaban las oraciones y súplicas de los justos de la tierra y los méritos de sus sufrimientos. Después vi que Jesús se ofreció al Padre como víctima inmolada. Yo dije: “Señor, tú, que desde mi infancia me has asistido e instruido en tus santos caminos, perdóname todos mis pecados y todas mis infidelidades cometidas en vuestro servicio”. Desde este momento y para siempre yo me entrego a Vos. Yo no deseo más que vuestra glorificación.
En ese momento, yo me he visto como una persona de gran estatura y vestida de un bello vestido blanco con diversos ornatos de oro. El Padre eterno dijo: “¿Qué haremos de esta pequeña hija y qué desea ella?” Yo respondí: “Yo deseo  lo mismo que mi amoroso Jesús: la santa voluntad de Dios”. La paloma (del Espíritu Santo) tenía un anillo de oro en el pico. El Hijo me lo puso en el dedo anular de la mano izquierda y me dijo: “Hoy nos unimos. Tú amarás lo que yo ame y sufrirás lo que yo sufro”.
Ella anota que la Virgen María y un gran número de vírgenes y ángeles estaban también presentes. Los testigos de su desposorio espiritual fueron san Juan Bautista y san Miguel arcángel .
Otro día se presentó mi “hermano” (ya hemos dicho anteriormente que era el Niño Jesús) y le pedí oraciones por mí. Le recordé la promesa de que un día podría besarlo. Él, con una dulce sonrisa, me dijo que no era yo la que lo besaría, sino era él quien me besaría a mí” Oh, le dije, rápido, date prisa, mi “hermano”, por amor de Jesús”. Él me besó en la frente, sobre los labios y en el pecho. Me bendijo con el signo de la cruz y se fue .

Santa Verónica Giuliani como otros santos recibía besos de Jesús y dice: Esta mañana durante la comunión, el Señor me ha dado un preciosísimo abrazo y el beso de la paz, diciéndome que soy su amada. ¡Oh Dios! No puedo describir todo lo que mi alma ha experimentado entonces .

SEGUNDA PARTE
LA APARICIÓN
La Virgen nuestra Madre se apareció a dos pastorcitos en La Salette, a 35 kms. de Grenoble en Francia. Los pastores se llamaban Maximino Giruad de 11 años y nuestra Melania Calvat, que ya tenía 14 años y 10 meses de edad. Los dos guardaban una cabra y ocho vacas, cuatro cada uno. He aquí el relato de Melania:

El 18 de septiembre de 1846, víspera de la aparición de la santa Virgen, yo estaba sola, como era habitual, cuidando las cuatro vacas de mis amos. Hacia las once de la mañana vi que se me aproximaba un niño. Al verlo me asusté, pues me parecía que todo el mundo debía saber que yo rehuía toda clase de compañía. Este niño se me acercó más, y me dijo: “Vengo a acompañarte, yo también soy de Corps”. Al oír esas palabras, mi maldad innata se manifestó de inmediato, y retrocediendo algunos pasos, le dije: “No quiero a nadie; deseo estar sola”. Después me alejé, pero el niño me seguía, diciéndome: “Déjame ir contigo. Mi amo me ha dicho que viniera a cuidar mis vacas con las tuyas. Yo soy de Corps.”
Me marché, haciéndole el gesto de no querer a nadie, y, cuando me hube alejado, me senté sobre el césped a conversar con las florecillas del buen Dios.
Un momento después miro detrás de mí, y encuentro a Maximino sentado muy cerca. Díjome entonces: “Cuídame, yo seré bueno”.
Pero mi mala inclinación no entendía razones. Me levanto de nuevo, precipitadamente, y me voy un poco más lejos, sin decirle una palabra, volviendo a jugar con las flores del buen Dios. Momentos después estaba a mi lado Maximino, repitiéndome que sería juicioso, que no hablaría, que se aburriría si estaba solo, y que su amo lo enviaba junto a mí… Esta vez me apiadé de él; le indiqué que se sentara y continué con las florecillas del buen Dios.
Maximino no tardó en romper el silencio, echándose a reír (yo creo que se reía de mí). Lo miro, y me dice: “Vamos a jugar”. Nada le respondí, pues era tan ignorante que no imaginaba un juego cualquiera con otra persona, desde que siempre había estado sola. Seguí entreteniéndome sola con las flores, y Maximino se acercó aún más a mí, sin dejar de reír, y me dijo que las flores no tenían oídos para escucharme, y que debíamos jugar juntos. Pero yo no tenía inclinación alguna por el juego que él me proponía. Sin embargo, comencé a hablarle, y él me dijo que los diez días que tenía que pasar con su amo estaban por terminar, debiendo entonces ir a Corps, a casa de su padre.
Mientras me hablaba se dejó oír la campana de la Salette, anunciando el Angelus. Hice un gesto a Maximino para que elevara su alma a Dios. Descubrióse y guardó un instante de silencio. Enseguida le pregunté: “¿Quieres comer?” “Sí, me dijo, vamos”. Nos sentamos. Tomé de mi saco de provisiones que me habían dado mis amos, y según mi costumbre, antes de cortar mi redondo panecillo con la punta de mi cuchillo, marqué en él una cruz, haciendo en medio de ésta un pequeño agujero, al tiempo que decía: “Si dentro está el diablo, que salga de ahí; pero si está Dios, que se quede”. Sin perder un segundo, volví a tapar el hueco. Maximino rompió a reír estrepitosamente y dio un puntapié a mi pan, que rodó hasta el pie de la montaña y se perdió.
Yo tenía otro pedazo de pan, que comimos entre los dos. Enseguida nos pusimos a jugar. Después, comprendiendo que Maximino debía tener necesidad de comer, le indiqué un lugar de la montaña donde podía encontrar algunas frutas. Lo exhorté a ir y comer, lo que hizo sin tardar; se hartó de frutas, y además trajo su sombrero lleno de ellas. Por la tarde bajamos juntos la montaña, prometiéndonos volver a guardar las vacas en común. El siguiente día, 19 de septiembre, en el camino encontré a Maximino. Subimos la montaña uno al lado del otro. Descubrí que Maximino era muy bueno, muy sencillo, y que le agradaba la conversación que yo quería sostener. También era sumamente dócil, pero algo curioso, porque cuando estaba lejos de él, si me veía inmóvil, acudía rápidamente para ver qué hacía u oír lo que yo decía a las flores del buen Dios; y cuando no llegaba a tiempo, me preguntaba qué había dicho. Maximino me pidió que le enseñará algún juego. La mañana era ya avanzada. Le dije que recogiera flores para hacer el “Paraíso”.
Los dos nos pusimos a trabajar en eso. Pronto tuvimos una gran cantidad de flores de diversos colores. El Angelus del pueblo se podía oír, pues el tiempo estaba bueno y el cielo diáfano.
Después de haber dicho al buen Dios lo que sabíamos, propuse a Maximino conducir nuestras vacas hacia una meseta junto a la quebradita, donde hallaríamos piedras para construir el “Paraíso”. Llevamos nuestras vacas a dicho lugar, y seguidamente tomamos nuestra frugal comida; luego nos pusimos a acarrear piedras y a levantar nuestra casita, que consistía en una planta baja que quería representar nuestra vivienda, y después un piso superior, que para nosotros sería el “Paraíso”.
Esta planta estaba cubierta de flores de diversos colores, algunos de cuyos tallos sostenían coronas. El “Paraíso” se hallaba cubierto con una sola y ancha piedra, que habíamos tapizado con florecillas. También por todo su contorno habíamos suspendido coronas. Terminada nuestra obra, la contemplamos; nos acometió el sueño, y alejándonos unos pasos de allí, nos dormimos sobre el césped .

Habiéndome despertado y no viendo nuestras vacas, llamé a Maximino y trepé al pequeño montículo. Desde allí observé que nuestras vacas, estaban echadas tranquilamente, y volví a bajar, al mismo tiempo que Maximino subía la misma cuesta, cuando de pronto vi una hermosa luz, más brillante que el sol, y apenas pude articular estas palabras: “Maximino, ¿ves aquello? ¡Ah, Dios mío!” Al mismo tiempo dejé caer el cayado que tenía en la mano. Yo no sé qué impresión deliciosa tuve en ese momento, pero me sentía como atraída, dominada por un gran respeto pleno de amor, y mi corazón hubiera querido correr más de prisa que yo.
Miré fijamente esa luz, que aparecía inmóvil; y como si se hubiera abierto, vi otra luz mucho más esplendorosa que se movía, y en medio de ella a una bellísima Señora sentada en nuestro “Paraíso”, con la cabeza entre las manos. Esta bella Dama se levantó, cruzó a medias sus brazos, observándonos y nos dijo: “Acercaos, hijos míos, no tengáis temor. Estoy aquí para anunciaros una gran nueva”. Estas dulces y suaves palabras hiciéronme volar hacia ella y mi corazón hubiera querido adherirse a ella para siempre. Llegada muy junto a la bella Dama, delante de ella y a su derecha, comienza su discurso, y, de sus ojos bellos, lágrimas comienzan a caer
Nos dice: Si mi pueblo no quiere someterse, me veré obligada a dejar caer la mano de mi Hijo. Ella es tan fuerte y tan pesada que ya no puedo contenerla más.
¡Cuánto tiempo hace que sufro por vosotros! Para que mi Hijo no os abandone, es indispensable que le ruegue incesantemente. Vosotros no os preocupáis en absoluto por ello. Por mucho que rogarais, por mucho que hicierais, nunca llegaríais a recompensar la pena que me he tomado por vosotros.
Os he dado seis días para trabajar, reservándome el séptimo y no se quiere acordármelo. Esto es lo que hace pesar tanto el brazo de mi Hijo. Los que conducen las carretas no saben sin mezclar en ello el Nombre de mi Hijo (blasfemias). Estas son las dos cosas que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo. Si la cosecha se arruinase, sólo vuestra es la culpa.
Yo os lo hice ver el año pasado en las patatas, pero no habéis hecho caso alguno. Al contrario, cuando las encontráis podridas, juráis y mezcláis el Nombre de mi Hijo. Ellas continuarán pudriéndose. En Navidad no habrá más. Si tenéis trigo, no deberá ser sembrado.
Todo lo que sembréis será devorado por los animales y lo que germine se transformará en polvo cuando vayáis a cosecharlo. Sobrevendrá una gran hambre. Antes de que ésta se produzca, los niños menores de siete años, serán presas de un estremecimiento y morirán en los brazos de las personas a cuyo cargo estén; los otros harán penitencia por el hambre. Las nueces se echarán a perder, y se podrirán las uvas .
María, llorando de pena, anuncia los castigos de Dios, como correcciones para convertir a los hombres que no respetan el domingo, día sagrado, y que blasfeman contra el santo nombre de Dios.
Las profecías que María hace sobre las patatas, trigo, nueces y uvas se cumplieron plenamente. Las patatas se perdieron totalmente en casi toda Francia y en el extranjero, pero sobre todo en Irlanda. Las pérdidas en Irlanda se estiman en 12 millones de libras esterlinas, según los diarios del 21 de enero de 1847 de Londres. La población de Irlanda bajó en 1866 y 1867 de ocho millones a cinco. Tres millones de irlandeses murieron de hambre o emigraron al extranjero.
Sobre el trigo se declaró en Europa la enfermedad de pietin en 1851 y causó enormes pérdidas. El corresponsal del periódico Univers del 15 de julio de 1856 publicó: Yo he abierto los alveolos de trigo o espigas secas. Las unas no contienen grano y son las que primero fueron atacadas, cuando los embriones estaban a penas salidos. Otras encierran un grano pequeñito y seco. En todas estas espigas hemos encontrado, bajo la apariencia de un polvo amarillo, unos gusanillos que, a no dudar, son los que producen esos estragos. La escasez de alimentos habría causado en 1854 y 1855 la muerte de ciento cincuenta y dos mil personas y de más de un millón en toda Europa.
Sobre la muerte de los niños, en 1854 murieron setenta y cinco mil niños menores de siete años en Francia a causa de la fiebre miliar. Aparecía un sudor frío y, después, temblores. En dos horas morían. En cuanto a las nueces, un informe en 1852 del ministerio del interior de Francia demostró que la peste de los nogales había hecho perder la cosecha de Lyon, Beaujolaise e Isere, lo que constituía una calamidad para esas regiones, cuyo principal recurso era precisamente la producción de nueces.
Vittorio Messori en su libro Hipótesis sobre María dice: La Virgen dijo que habría un castigo y que las uvas se marchitarían. Yo fui a estudiar qué había sucedido con las uvas en Francia después de 1846. Hizo su aparición un hongo parásito que agrede a la uva esparciendo el oidio, una enfermedad de la vid nunca vista en Francia hasta entonces. Cuando desapareció, se manifestó enseguida la filoxera, un piojo microscópico que destruyó la mitad de las viñas de todo el país. Se encontró un remedio para la filoxera, pero apareció inmediatamente la peronospera, una enfermedad desconocida en Europa y originaria de América. Las pocas vides que habían logrado salir sanas y salvas de los flagelos precedentes, fueron destruidas por el nuevo mal. He investigado también en los archivos y en las bibliotecas francesas: “En Francia no existe una sola especie de vid anterior a 1847. Todas las que existían murieron. Una terrible predicción, que se cumplió totalmente”.
Anotemos que la gente de La Salette y pueblos vecinos tomó en serio los avisos de María y dejó de trabajar los domingos, se abstuvo de decir blasfemias y se acercó a Dios. Hubo un despertar en los pueblos circunstantes de modo que las iglesias estaban llenas los domingos. En el cantón de Corps de unos 6.000 habitantes, apenas quedarían 100 sin convertirse. De hecho, estos lugares fueron preservados de las calamidades anunciadas, que se abatieron en otras regiones de Francia y del extranjero.
El día del primer aniversario de la aparición, 19 de septiembre de 1847, había en La Salette 60.000 personas. Desde la víspera ya había unas 1.500 personas esperando, a pesar de la lluvia y el frío. Periodistas, que habitualmente son contrarios a la religión, habían señalado que el hecho de La Salette iba en contra del orden público, denunciando el hecho como un crimen digno de castigo. Los acontecimientos los consideraban como supersticiones, fabricadas por el clero, digno de todos los castigos.
Algunos decían que era poco digno que la Virgen les hablara a los videntes en patois y no en francés (el mensaje se lo dio en francés y habló con ellos en patois). Los videntes, para probar que habían visto a la Virgen, decían que el demonio no manda ir a misa todos los domingos ni da mensajes para amar a Jesucristo.
Decir, como algunos, que la religión no tiene nada que ganar con el hecho de La Salette, es decir que Dios hace algunas cosas inútiles que no sirven para nada, y eso es falso. ¿Acaso no ha ganado nada la religión católica con la archicofradía del Corazón de María y otras asociaciones piadosas? ¿O con la medalla milagrosa a través de la cual Dios hace tantos milagros?
El año 1852 se contabilizaron 1.000 misas en La Salette, 12.000 mil comuniones y muchas conversiones y muchas ofrendas generosas para la construcción del santuario. ¿No ganó nada la religión con ello? ¿Y los milagros y curaciones realizados que no habrían tenido lugar? ¿No valen nada?
Algunos afirman que, después de los tiempos apostólicos, ya no hacen falta los milagros. ¿No han leído la vida de los santos por medio de los cuales, a lo largo de la historia de la iglesia Dios ha hecho tantos milagros? ¿No valen nada los milagros?

Monseñor Rousselot, vicario general de Grenoble, escribió un libro con testimonios escogidos y bien documentados sobre milagros y curaciones. Para escribirlo visitó a los curados y a sus familiares y a los médicos que les atendieron. El libro se titula La verité sur l’evénement de La Salette, nouveaux documents sur l’evénement de La Salette. En él trata con rigor crítico de muchos milagros, de los cuales en el libro Histoire de Notre Dame de La Salette d’après les documents authentiques, publicado en Bruselas en 1854, son nombrados 43. Algunos se produjeron con el agua de la fuente, que ya era famosa.
Veamos uno de ellos reportado por el doctor Gagniard: El que suscribe, doctor en medicina de la facultad de París, certifica que, después de haber atendido a María Antonieta Bollenat desde 1830 a 1847, observé que la señorita Bollenat de 33 años, de un temperamento sanguíneo, tenía una buena salud hasta los doce años. En ese tiempo se cayó y fue golpeada repetidas veces por una mujer en el pecho y en la región epigástrica. A partir de ese momento, sufrió mucho del estómago y tenía muchos vómitos. El menor alimento de leche o incluso agua lo rechazaba. En 1840 los dolores de estómago eran intolerables al menor contacto. Tal era su estado hasta el 19 de septiembre de 1847, aniversario de la aparición. El 22 de septiembre vino a verme y me dijo que el 21 se había curado. Pude comprobar que realmente estaba curada y sin ningún dolor podía comer normalmente. Desde ese tiempo ella camina, come y duerme con perfecta salud .
Uno de los primeros días de la aparición, una mujer hidrópica del lugar llamado Devoluis, que había sido llevada por su hijo y su esposo, pudo descender a pie y dejó como testimonio una cruz de oro. El 16 de abril de 1847 tuvo lugar la primera curación reconocida oficialmente. Sor San Carlos de Avignon fue curada. El obispo de Grenoble nombró dos comisiones, una compuesta por los canónigos de la catedral y otra por un grupo de profesores del Seminario Mayor. Al terminar los estudios de los documentos, las dos comisiones hicieron las mismas recomendaciones. No se decidieron ni a favor ni en contra de las apariciones, pero manifestaron que no se debían impedir las peregrinaciones, ya que numerosos peregrinos de todas partes, de Francia y del extranjero, estaban visitando la montaña y no había nada de malo en eso, sino que producía efectos saludables. Después el obispo nombró dos miembros distinguidos del clero para encabezar una comisión con el fin de investigar las sanaciones milagrosas que estaban surgiendo. Los dos padres fueron: el padre Rousselot, Vicario general de la diócesis, y el padre Orsel, superior del Seminario Mayor. Estos dos padres visitaron nueve diócesis y entrevistaron a personas sanadas, así como a los médicos que los habían atendido.
LOS SECRETOS DE 1851
Los secretos fueron redactados por Maximino el 3 de julio de 1851 y por Melania el 6 de julio de 1851 para entregarlos al Papa Pío IX. Maximino escribió que la Virgen dijo:
Si mi pueblo continúa igual, lo que voy a decir llegará pronto. Si cambia un poco, será un poco más tarde. Francia ha corrompido el universo. Un día será castigada. La fe se extinguirá en Francia. Tres partes de Francia no practicará la religión y la otra parte la practicará no muy bien. Después las naciones se convertirán y la fe resplandecerá por todas partes.
Un gran país del norte de Europa, ahora protestante (Inglaterra), se convertirá. Por la ayuda de este país todos los otros países se convertirán. Antes de que esto suceda habrá grandes problemas en la Iglesia y por todas partes. El Santo Padre será perseguido. Su sucesor será un pontífice que nadie espera. Después vendrá la paz. Pero no durará mucho tiempo. –un monstruo vendrá a quitar la paz. Esto sucederá en el otro siglo a más tardar hacia el año 2.000. Maximino. Grenoble, 3 de julio de 1851
La redacción de Melania del 6 de julio de 1851 es:
Ha llegado el tiempo de la cólera de Dios. Si después de haber dicho lo que voy a decir no se convierten, si no hacen penitencia o si no dejan de trabajar el domingo o de blasfemar el santo nombre de Dios, en una palabra, si no cambian, Dios va a castigar al pueblo ingrato y esclavo del demonio. Mi Hijo va a manifestar su poder. París perecerá infaliblemente. Marsella será destruida en poco tiempo. Cuando estas cosas sucedan, el desorden será completo en la tierra. El mundo se abandonará a sus pasiones impías. El Papa será perseguido en todas partes y se querrá asesinarlo, pero nadie podrá. El Vicario de Dios triunfará esta vez. Los sacerdotes y las religiosas y los verdaderos servidores de mi Hijo serán perseguidos y muchos morirán por la fe de Jesucristo.
Una gran hambre reinará en este tiempo. Después que sucedan estas cosas, muchas personas reconocerán la mano de Dios en ellas, se convertirán y harán penitencia de sus pecados. Un gran rey subirá al trono y reinará durante algunos años. La religión florecerá y se extenderá por toda la tierra. La fertilidad será grande; el mundo, contento de que no le falte nada, comenzará a abandonar a Dios y se entregará a sus pasiones criminales y vendrán los desórdenes.
Un infierno reinará sobre la tierra. El anticristo nacerá de una religiosa, pero ¡ay de ella! Muchas personas creerán en él porque dirá que ha venido del cielo. ¡Desgraciados los que crean! El tiempo no está lejano. No pasará ni dos veces 50 años. Yo pido al Santo Padre que me dé su santa bendición. Melania Mathieu, pastora de La Salette, Grenoble 6 de julio de 1851.
Mellon Joli, arzobispo de Sens, nos dice: Visto el informe de la comisión nombrada por Nos el 24 de enero de 1848 para una investigación jurídica sobre una curación extraordinaria ocurrida en Avallon el 12 de noviembre de 1847 en la persona de Antoinette Bollenat, después de una novena a la Virgen, invocada con el nombre de nuestra señora de La Salette, visto los interrogatorios a los testigos y médicos, habiendo pedido el parecer de mi Consejo, invocado el santo nombre de Dios, declaramos para la gloria de Dios, la glorificación de la Santísima Virgen y la edificación de los fieles, que dicha curación presenta todas las condiciones y caracteres de milagrosa, 4 de marzo de 1849.
Luis Rossat, obispo de Verdun, refiere otro caso: Declaramos cierto e incontestable el hecho de la curación instantánea y mantenida desde el 1 de abril de 1849 hasta el día de hoy en la persona de Martín, alumno de nuestro Seminario Mayor, según la relación que ordenamos hacer, muy difícil de explicar por solas las fuerzas naturales. Y nos ha sorprendido que los alumnos de nuestro Seminario, unánimemente lo hayan atribuido a la intervención sobrenatural de la Santísima Virgen. Durante el curso, hasta el 1 de abril, apenas podía apoyarse en la pierna izquierda con dolores continuos que no le permitían seguir los actos de la comunidad. El obispo decidió que no se le admitiera a las órdenes menores hasta que no estuviese totalmente curado. El 1 de abril comenzó una novena a nuestra Señora de La Salette y su director espiritual a las 6 p.m. le dio un frasco de agua de La Salette. A las siete andaba, subía y bajaba corriendo las escaleras. La curación produjo una fuerte impresión en todo el Seminario, 1 de agosto de 1849.
Sobre el agua milagrosa de La Salette, anotemos que el mismo día de la aparición empezó a correr  agua limpia y clara de la fuente que ya era conocida por los pastores desde hacía mucho tiempo, pero cuyas aguas eran intermitentes. Solamente había agua cuando había llovido mucho o cuando se derretían las nieves de la montaña. La víspera de aquel día no había agua. El cielo había estado sereno toda la noche, las nieves hacía mucho tiempo que se habían derretido y, desde el momento de la aparición, comenzó a salir agua sin interrupción en contra de lo normal.
EL SECRETO 1858
Melania en 1858 envía al Papa Pío IX la redacción larga del secreto, donde incluye algunas cosas que no había puesto en el envío de 1851, ya que la Virgen le había indicado que algunas cosas del secreto, solo podían ser reveladas en 1858. La edición más completa y definitiva del secreto escrito por Melania es del 21 de noviembre de 1878. Lo escribió en Castellammare, donde estaba bajo la protección del obispo de Lecce. Fue publicado, con el visto bueno (imprimatur)de Monseñor Zola el 15 de noviembre de 1879. Es así:
Melania, lo que voy a decir ahora, no será siempre un secreto, podrás publicarlo en 1858.
Algunos  sacerdotes, ministros de mi Hijo, los sacerdotes, por su mala vida, por sus irreverencias y por su impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los honores, “y a los placeres, se han convertido en cloacas de impurezas. Sí, claman venganza, y la venganza está suspendida sobre sus cabezas. ¡Hay sacerdotes y  personas consagradas a Dios, que con sus infidelidades y su mala vida crucifican de nuevo a mi Hijo! Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al cielo y piden venganza, y esta se halla suspendida sobre sus cabezas, porque nadie implora ya misericordia y perdón para el pueblo, porque no hay ya almas generosas, no hay ya personas dignas de ofrecer la Víctima inmaculada al Eterno, en favor del mundo.
¡Desventurados los habitantes de la tierra! Dios va agotar su cólera, y nadie podrá sustraerse a tantos males reunidos.

Los jefes, los conductores del pueblo de Dios, han desdeñado la oración y la penitencia, y el demonio les ha ofuscado la inteligencia; se han transformado en estrellas errantes que el diablo arrastrará con su cola, para hacerlos perecer. Dios permitirá a la vieja serpiente sembrar la división en todas las sociedades y en todas las familias. Se padecerá males físicos y morales. Dios abandonará a los hombres a sí mismos y enviará castigos que se sucederán durante más de treinta y cinco años.
La Sociedad está en vísperas de los más terribles azotes y de los más grandes acontecimientos.
Que el Vicario de mi Hijo, el soberano Pontífice Pío IX, no salga más de Roma, desde el año 1859; pero que sea firme y generoso, que luche con las armas de la fe y del amor. Yo estaré con él.
Que desconfíe de Napoleón III: doble es su corazón, y cuando intente hacerse, al mismo tiempo, Papa y Emperador, Dios no tardará en abandonarlo. Es un águila que, queriendo elevarse constantemente, terminará por caer en la espada, de la cual quería servirse para hacerse elevar por los pueblos.
Italia será castigada por su ambición para sacudir el yugo del Señor de los Señores; también será entregada a la guerra; la sangre correrá por todas partes; las iglesias serán cerradas o profanadas; los sacerdotes, los religiosos, serán expulsados; se les hará morir, y de una muerte cruel. Muchos abandonarán la fe, y grande será el número de los sacerdotes y religiosos que se separarán de la verdadera religión. Entre ellos también habrá obispos.
Que el Papa esté en guardia contra los hacedores de milagros, porque ha llegado el tiempo en que los prodigios más estupendos tendrán lugar sobre la tierra y en los aires.
En el año 1864, Lucifer y gran número de demonios, serán destacados desde el infierno: poco a poco abolirán la fe, hasta en las personas consagradas a Dios; las cegarán de tal modo, que, salvo el caso de una gracia particular, esas personas tomarán el espíritu de los malos ángeles. Habrá casas religiosas que perderán  la fe, y perderán muchas almas.
Los malos libros abundarán sobre la tierra, y los espíritus de las tinieblas difundirán por todas partes un relajamiento universal para todo lo que se relacione con el servicio de Dios; adquirirán un enorme poder sobre la naturaleza; habrá iglesias al servicio de esos espíritus. Serán transportadas algunas personas, de un lugar a otro, por esos espíritus malos, y hasta sacerdotes, porque ellos no serán guiados por el buen espíritu del Evangelio, que es el espíritu de la humildad, caridad y celo por la gloria de Dios. Se hará resucitar a muertos y a justos. Habrá extraordinarios prodigios en todos los lugares, porque la verdadera fe se ha apagado y la falsa luz ilumina el mundo. ¡Ay de los Príncipes de la Iglesia que solo se hayan ocupado de acumular riquezas sobre las riquezas, de salvaguardar su autoridad y de dominar con orgullo!
El Vicario de mi Hijo tendrá mucho que sufrir, porque durante un tiempo la Iglesia será víctima de grandes persecuciones; será ése el tiempo de las tinieblas; la Iglesia pasará por una horrorosa crisis.
Olvidada la santa fe en Dios, cada individuo querrá guiarse por sí mismo y ser superior a sus semejantes. Los poderes civiles y eclesiásticos serán abolidos, y pisoteados serán todo orden y toda justicia. Se verán homicidios, odio, envidia, mentira y discordia, sin amor por la patria ni por la familia.
El Santo Padre sufrirá mucho. Yo estaré con él hasta el fin, para recibir su sacrificio.
Los malvados atentarán muchas veces contra su vida sin poder hacerle daño; pero ni él ni su sucesor verán el triunfo de la Iglesia de Dios.
Los gobernantes civiles tendrán todos un mismo designio, que será el de abolir y hacer desaparecer todo principio religioso, para dar lugar al materialismo, al ateísmo, al espiritismo y a toda clase de vicios.
En el año de 1865 se verá la abominación en los  lugares santos y en los conventos. Las flores de la Iglesia estarán corrompidas y el demonio se erigirá en rey de los corazones. Que los que se hallan a la cabeza de las comunidades religiosas presten atención a las personas que deben recibir, porque el demonio empleará toda su malicia para introducir en las órdenes religiosas a personas entregadas al pecado, y los desórdenes y la pasión por los placeres carnales serán difundidos por toda la tierra.
Francia, Italia, España e Inglaterra estarán en guerra; la sangre correrá por las calles; el francés luchará contra el francés, el italiano contra el italiano; a continuación, habrá una guerra general, que será espantosa. Por un tiempo, Dios se olvidará de Francia y de Italia, porque el Evangelio de Jesucristo no es ya conocido. Los malvados desplegarán toda su malicia; hasta en las casas habrá muertes y matanzas mutuas.

Al primer golpe de su espada mortífera, las montañas y la tierra toda se estremecerán de espanto, porque los desórdenes y los crímenes de los hombres traspasan la bóveda de los cielos. París será incendiado y Marsella engullida; muchas grandes ciudades serán sacudidas y sepultadas por terremotos; se creerá que todo está perdido; no se verá más que homicidios; no se oirá más que rumor de armas y de blasfemias. Los justos sufrirán mucho; sus oraciones, su penitencia y sus lágrimas subirán hasta el cielo, y todo el pueblo de Dios pedirá perdón y misericordia y buscará mi ayuda y mi intercesión. Entonces, por un acto de su justicia y de su misericordia infinita para con los justos, Jesucristo ordenará a sus ángeles que den muerte a todos sus enemigos. De pronto, los perseguidores de la Iglesia de Jesucristo y todos los pecadores perecerán, y la tierra quedará como un desierto. Entonces se hará la paz, la reconciliación de Dios con los hombres. Jesucristo será servido, adorado y glorificado, y en todas partes florecerá la caridad. Los nuevos reyes serán el brazo derecho de la santa Iglesia que, a su vez, será fuerte, humilde, piadosa, pobre, solícita e imitadora de las virtudes de Jesucristo. El Evangelio será predicado en todas partes y los progresos de la fe serán grandes, porque habrá unidad entre los obreros de Jesucristo y porque los hombres vivirán en el temor de Dios.
Esta paz entre los hombres no será larga, veinticinco años de abundantes cosechas les harán olvidar que los pecados son la causa de todas las penas que caen sobre la tierra.
Las estaciones serán alteradas, la tierra no producirá más que malos frutos, los astros perderán el ritmo de sus movimientos y la luna sólo reflejará una claridad rojiza, el agua y el fuego darán al globo terráqueo movimientos convulsivos y horribles temblores, que harán desaparecer montañas, ciudades, etc.
Yo dirijo un llamado urgente a la tierra; yo llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo y reinante en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre, el único y verdadero Salvador de los hombres. Llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que se han dado a mí para que yo les lleve a mi divino Hijo, a los que llevo, por así decir, en mis brazos, a los que han vivido de mi espíritu, en fin llamo a los Apóstoles de los últimos tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, a los que han vivido, con desprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desdén, y en el silencio , en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Es tiempo ya que ellos salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos como mis amados hijos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que la fe sea la luz que los ilumine en los días de infortunio. Que vuestro celo os haga como hambrientos de la gloria y el honor de Jesucristo. Combatid, hijos de la luz, porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines.
¡Desdichados los habitantes de la tierra! Habrá guerras sangrientas y miserias; pestes y enfermedades contagiosas; habrá  truenos que sacudirán las ciudades; terremotos que sepultarán países. Se escucharán voces en los aires; los hombres golpearán sus cabezas contra las murallas; invocarán la muerte, y ésta, por su parte, será su tormento. La sangre correrá por todas partes. ¡Quién podrá vencer si Dios no abrevia el tiempo de la prueba! Dios terminará por acceder, ante la sangre, las lágrimas y las súplicas de los justos.
Ha llegado la hora. El abismo se abre. He aquí el rey de reyes de las tinieblas. He ahí la bestia con sus vasallos, diciéndose el salvador del mundo. Se remontará soberbio por los aires, para llegar al cielo; será ahogado por el aliento de san Miguel Arcángel. Se precipitará, y la tierra, que habrá estado tres días en continuas evoluciones, abrirá su seno en llamas, será sumido para siempre, con los suyos, en los abismos eternos del infierno. Entonces, el agua y el fuego purificarán la tierra y consumirán todas las obras del orgullo de los hombres, y todo será renovado: Dios estará servido y glorificado (León Bloy, o, c., pp. 151-155).
ÚLTIMO MENSAJE
Luego de haberme dado la Regla de una nueva Orden religiosa, la Santa Virgen prosiguió de esta manera:
“Si ellos se convirtieran, las piedras y las rocas se trocarán en trigo, y las patatas se hallarán diseminadas por las tierras.
“¿Hacéis bien vuestra oración hijos míos?”
Los dos contestamos:

“¡Ah hijos míos! Es necesario rezar bien, por la noche y por la mañana. Cuando no podáis hacerlo mejor, decid un Pater y un Avemaría; y, cuando tengáis tiempo y podáis rezar mejor, los rezaréis más a menudo”.
Pocas son las mujeres de cierta edad que van a misa, los otros trabajan durante todo el estío en día domingo, y en invierno, cuando no saben qué hacer, sólo van a misa para mofarse de la religión. Durante la Cuaresma, van tras la carne como perros.
¿No habéis visto el trigo dañado hijos míos?
Respondimos ambos: ¡Oh no, Señora!
La Santa Virgen, dirigiéndose a Maximino: “Pero tú, hijo mío, alguna vez debes haberlo visto en el Coin , con tu padre. El hombre de la pieza dijo a tu padre: Venga usted a ver cómo se echa a perder el trigo. Vosotros fuisteis a ver. Tu padre tomó dos o tres espigas en la mano, restrególas y se convirtieron en polvo. Después cuando os volváis, hallándoos a media hora solamente de Corps, tu padre te dio un pedazo de pan, diciéndote: Toma hijo, come este año, porque si el trigo se pierde de esa manera, no sé quién comerá el año venidero”.
Maximino respondió: Cierto es, Señora, yo no lo recordaba.
La Santísima Virgen terminó su discurso en francés:
“¡Y bien, hijos míos! Lo haréis conocer de todo mi pueblo”
La Bellísima Señora atravesó el arroyo; y a dos pasos de éste, sin volverse hacia nosotros, que la seguíamos (porque atraía por su esplendor, pero más aún por su bondad, que me embriagaba y parecía fundir mi corazón), nos repitió:
“¡Y bien, hijos míos! Lo haréis conocer de todo mi pueblo”.
Luego fue andando hasta el sitio donde yo subiera para ver dónde estaban las vacas que guardábamos. Sus pies no tocaban más que el extremo de la hierba, sin doblarla. Llegada al montículo, la bella Señora se detuvo, y al momento me puse delante de ella, para mirarla bien y tratar de saber hacia qué lado se encaminaría; porque, tal era mi caso, yo me había olvidado de mis vacas y de los amos en cuya casa prestaba servicio; habíame apegado para siempre e incondicionalmente a mi Señora. Sí, yo quería no dejarla más, nunca más; la seguí de buena fe, dispuesta a servirla mientras yo viviera.
Con mi Señora, yo creía haber olvidado el paraíso; no tenía más pensamiento que en servirla en todo; y creía que hubiera podido hacer todo lo que ella dijera, pues me parecía que ella tenía mucho poder. Me miró con una tierna bondad, que me atrajo a Ella. Yo habría querido, con los ojos cerrados, precipitarme en sus brazos. No me dio tiempo para hacerlo elevóse insensiblemente hasta una altura superior al metro, y quedando por un brevísimo instante suspendida en el aire, mi bella Señora miró el cielo, después la tierra, de derecha a izquierda, para luego fijar en mí sus ojos tan dulces, tan amables y bondadosos, que parecíame que me atrajera a su interior y como si mi corazón se abriera al suyo.
Y mientras mi corazón se dilataba dulcemente, la bella imagen de mi bella Señora desaparecía poco a poco: me pareció que la luz en movimiento se multiplicaba o que se condensaba en torno a la santísima Virgen para impedirme que siguiera viéndola. De esta manera, la luz iba sustituyendo partes de su imagen, que desaparecían ante mis ojos; o bien, parecíame que el cuerpo de mi Señora se cambiaba, se fundía en luz. Así la luz, en forma de globo, se elevó dulcemente en ascensión recta.
Yo no puedo decir si el volumen de la luz disminuía a medida que se elevaba, o si era el alejamiento lo que hacía que la viera disminuir a medida que ascendía; lo que sé es que permanecí con la cabeza levantada y los ojos fijos en la luz que se alejaba siempre y que, disminuyendo de volumen, terminó por desaparecer.
Quitados al fin mis ojos del firmamento, miro entorno de mí y veo a Maximino que me observa, y le digo: “Maximino, debe ser el buen Dios de mi padre, o la Santa Virgen o alguna gran santa, y Maximino exclamó: ¡Oh! ¡Si lo hubiera sabido!

AL DÍA SIGUIENTE
La noche del 19 de septiembre nos retiramos un poco más temprano. Llegada a casa de mis amos, me ocupé en atar las vacas y poner en orden todo el establo. No había terminado de hacerlo, cuando mi señora vino llorando y me dijo: “¿Por qué, hija mía, no me has dicho lo que te había ocurrido en la montaña?” (Maximino, que no había hablado aún a sus amos, que estaban trabajando todavía, había ido a casa de los míos, refiriendo todo lo que había visto y oído). Yo le respondí: “Quisiera terminar mi trabajo antes de decirle lo que pasó”. Un momento después fui hasta la casa, y mi señora me dijo: “Cuenta todo lo que has visto, el pastor de Bruite (tal era el apodo de Pedro Selme, amo de Maximino) me ha contado todo”.
Empecé hablar, y al mediar el relato, llegaron los amos; y mi señora, que lloraba al escuchar las quejas y las amenazas de nuestra tierna Madre, dijo:
¡Ah! Vosotros queréis ir mañana a recoger el trigo, guardaos bien de hacerlo; venid a oír lo que ha ocurrido hoy a esta niña y al pastor de Selme”. Y volviéndose a mí, me dijo: “Repite todo lo que me has dicho”. Repetí entonces mi relato. Cuando hube terminado, dijo mi amo: “Se trata de la santa Virgen o bien de una gran santa, que ha venido en nombre de Dios, que es como si hubiera venido Él mismo. Debe hacerse todo lo que esa santa ha dicho. ¿Cómo has de hacer para decir esto a todo su pueblo?” Yo le respondí: “Dígame usted cómo debo hacer, y yo lo haré”. De inmediato, mirando a su madre, a su esposa y a su hermano, él dijo: “Es menester  pensarlo”. Luego cada uno se fue a sus quehaceres.
Pasada la cena, Maximino y sus amos vinieron a casa de los míos para referir lo que aquél les había contado y para saber qué habría de hacerse: “Pues dijeron, nos parece que es la santa Virgen enviada por el buen Dios. Las palabras de Ella lo hacen suponer. Y Ella les ha ordenado difundirlas por todo su pueblo; será acaso menester que estos dos niños recorran el mundo entero para hacer saber que todo el mundo debe observar los mandamientos del buen Dios, o de lo contrario, grandes males caerán sobre nosotros”. Luego de un momento de silencio, mi amo dijo, dirigiéndose a Maximino y a mí: “¿Sabéis lo que debéis hacer, hijos míos? Mañana os levantaréis temprano e iréis juntos a casa del señor cura a decirle todo lo que habéis visto y oído, contadle bien cómo ha ocurrido todo, y él os indicará lo que habréis de hacer”.
El 20 de septiembre, día siguiente al de la aparición, salí muy temprano con Maximino. Llegados a la casa parroquial, llamé a la puerta. La criada del cura vino a abrirnos. Yo le dije (en francés, a pesar de no haberlo hablado nunca): “Desearíamos hablar con el señor cura”. “¿Y qué queréis decirle?”, nos preguntó ella. “Queremos decirle, señorita, que ayer fuimos a apacentar nuestras vacas en la montaña de Baisses, y después de haber comido”, etc., etc. Le contamos una parte del discurso de la Santísima Virgen. Entonces sonó la campana de la iglesia; era el último toque de la misa. El señor abate Perrin, cura de La Salette, que nos había oído, abrió ruidosamente la puerta: lloraba, se golpeaba el pecho. Nos dijo: “¡Hijos míos, estamos perdidos! ¡Dios va a castigarnos! ¡Ah, Dios mío! ¡Se os ha aparecido la santa Virgen!” Y se fue a celebrar la santa misa. Nos miramos con Maximino y la criada; luego, Maximino me dijo: “Yo me voy a Corps, a casa de mis padres”. Y nos separamos.
No habiendo recibido orden de mis amos de retirarme inmediatamente después de haber hablado al señor cura, creí no hacer mal alguno asistiendo a misa. Fui, pues, a la iglesia. En el primer Evangelio, terminado éste, el señor cura, se volvió hacia los asistentes y trató de narrarles la aparición del día anterior, en una de sus Montañas, y les exhortó a no trabajar más en domingo; su voz estaba entrecortada por los sollozos, y la emoción invadió a todos. Después de la santa Misa me retiré a casa de mis amos. Allí el señor Peytard, que hasta el  presente es alcalde de La Salette, vino a interrogarme sobre la aparición; y luego de haber desentrañado la verdad de cuanto le dije, retiróse convencido .
Los dos videntes desearon amar cada día más a Jesús y a María. Hicieron su primera comunión el 7 de mayo de 1848. Maximino con 13 años y Melania con 16. La confirmación fue el 25 de junio de 1850.
De hecho la primera comunión se la había dado el mismo Jesús en el bosque . Y esto sucedió muchas veces a lo largo de su vida. Por ejemplo, en la iglesia de Dompierre, Jesús se sacó la hostia del pecho y le dio la comunión . El padre Combe anota: Así comprendí que la comunión era comida para el cuerpo y para el alma . El día que no comulgaba, se sentía débil físicamente . A lo largo de su vida llevó una vida muy penitente. Estando en Galatina (1892-1897) el canónigo Consenti le enviaba frecuentemente la comida del mediodía, pero asegura que un kilo de pan le duraba 15 días. Sor Josefina Servant declaró: Pude entrar en su humilde cocina y no estaba encendida. Cocía en una pequeña olla unas patatas que le servían para toda la semana. Nunca pudimos hacer que aceptará otros alimentos . No bebía agua durante semanas. Su bomba de agua se había deteriorado y la señora Hartmann no quiso repararla. Dice el padre Combe: Ella me contó que su “hermano” (Jesús) vino a verla (25 de diciembre de 1900o) y tenía en sus manos una taza de líquido para romper su ayuno que guardaba desde hacía seis meses. Y me dijo que no quiso beber, si él no bebía también, porque así hacían siempre .
¿CÓMO ERA LA VIRGEN?
Afirma Melania: Era alta y bien proporcionada. Parecía tan leve que un soplo podía hacerla agitar. Sin embargo, estaba inmóvil y bien plantada. La Virgen era majestuosa, imponente, imponía un temor respetuoso. A la vez que su majestad imponía respeto, mezclado de amor, atraía hacía sí. Su mirada era dulce y penetrante; sus ojos parecían hablar con los míos. La dulzura de su mirada, su aire de bondad incomprensible, hacía comprender que Ella quería darse. Era una explosión de amor que no puede expresarse con lenguaje humano ni con las letras del alfabeto. La Santísima Virgen era muy bella y toda hecha de amor. Parecía que la palabra amor se escapaba de sus labios, plateados, purísimos. Me parecía como una buena madre, llena de bondad, de amabilidad, de amor para con nosotros, de compasión y de misericordia.
En sus ropas, como en su persona, todo respiraba la majestad, el esplendor, la magnificencia de una Reina incomparable. Aparecía bella, blanca, inmaculada,  deslumbrante, celestial, fresca, nueva como una Virgen. Parecía como si la palabra Amor escapara de sus labios plateados y purísimos. La vi como a una buena madre, rebosante de bondad, de amabilidad, de amor hacia nosotros, de compasión y de misericordia.
La corona de rosas que tenía sobre su cabeza, era tan hermosa y tan brillante que no es posible hacerse idea alguna; las rosas de diversos colores, no eran de la tierra; era un ramo de flores que rodeaba en forma de corona la cabeza de la Santísima Virgen; pero las rosas se cambiaban, se alternaban; después, del cáliz de cada rosa surgía una luz tan bella que arrobaba y daba a las flores una hermosura radiante. De la corona de rosas elevábanse, como ramas de oro, una cantidad de otras florecillas mezcladas con brillantes.Todo formaba una hermosísima diadema, que brillaba por sí sola más que  nuestro sol.
La santa Virgen tenía una hermosísima cruz suspendida en su cuello. Esa cruz parecía dorada, y digo dorada porque no quiero decir de oro, pues he visto algunas veces objetos dorados con diversos matices áureos, y esto, a mis ojos, me hacía un efecto más bello que una placa de oro. Sobre esta bella cruz, resplandeciente de luz, estaba un Cristo, era Nuestro Señor, con sus brazos extendidos sobre ella. Hacia las dos extremidades de la cruz, había de un lado un martillo y del otro una tenaza. El Cristo era de color natural, pero lleno de fulgor; y la luz que salía de todo su cuerpo causaban el efecto de dardos muy brillantes que acribillaban mi corazón con el deseo de fundirme en él. A veces parecía muerto; tenía la cabeza inclinada y el cuerpo como inerte, dando la sensación de que habría caído si no hubiera estado asegurado por los clavos que lo unían a la cruz.
Sentí una honda compasión, y hubiera querido repetir al mundo entero su amor ignorado, e infiltrar en las almas de los mortales el amor más sentido y la más viva gratitud hacia un Dios que no tenía, absolutamente, necesidad alguna de nosotros para ser lo que  es, lo que ha sido y lo que será siempre; y, sin embargo, - ¡Oh amor incomprensible para el hombre! - ¡Él se ha hecho hombre y ha querido morir, sí, morir, para grabar mejor en nuestras almas y en nuestra memoria el amor loco que siente por nosotros! ¡Oh qué desdicha soy al hallarme tan indigente de palabras para expresar el amor de nuestro Salvador hacia nosotros! Pero, por otra parte, ¡Cuán felices somos de poder sentir mejor lo que no podemos expresar!
Por momentos, el Cristo parecía vivo: tenía la cabeza erguida y los ojos abiertos, como si se hallara en la cruz por su propia voluntad. Y por momentos también parecía hablar, como si nos quisiera mostrar que estaba por nosotros en la cruz, por amor a nosotros, para atraernos a su amor, para mostrarnos que siempre tiene un amor nuevo por nosotros, que su amor del principio y del año treinta y tres es siempre el de hoy y será el de siempre.
La Santísima Virgen lloraba durante casi todo el tiempo que nos habló. Yo hubiera querido arrojarme en sus brazos y decirle: Mi buena Madre, no lloréis, yo os quiero amar por todos los hombres de la tierra. Pero me parecía que me respondía: Hay tantos que no me conocen… La vista de la Santísima Virgen era por sí sola un paraíso cumplido. Tenía en sí todo lo que podía satisfacer, pues la tierra quedaba olvidada… La voz de la bella Señora era dulce, encantaba, cautivaba, alegraba el corazón. Mi corazón parecía saltar o querer ir a su encuentro para derretirse en Ella. Los ojos de la Santísima Virgen no pueden describirse con lenguaje humano. Para hablar de ellos sería preciso un serafín, haría falta la palabra del mismo Dios, de ese Dios que ha hecho a la Virgen Inmaculada, obra maestra de todo su poder… Parecían mil y mil veces más bellos que los brillantes, que los diamantes, que las piedras preciosas y brillaban como dos soles. Eran dulces, la dulzura misma, en sus ojos se veía el paraíso. Cuanto más la miraba, más la quería ver y cuanto más la veía, más la amaba y la amaba con todas mis fuerzas.
Yo estaba entre la vida y la muerte, viendo de un lado tanto amor, tanto deseo de ser amada, y del otro tanta frialdad, tanta indiferencia… ¡Oh, Madre mía, Madre, tan Madre, tan bella y tan amable, mi amor, corazón de mi corazón!...
Las lágrimas de nuestra tierna Madre, lejos de menoscabar su aire majestuoso de Reina y de Señora, parecían embellecerla, mostrarla aún más amable, más bella, más poderosa, más llena de amor, más maternal, más cautivadora; y yo habría devorado sus lágrimas que hacían palpitar mi corazón de compasión y de amor. Ver llorar a una Madre, y una Madre tal, sin echar mano de todos los medios inimaginables para consolarla, para trocar en júbilo sus dolores, ¿puede acaso comprenderse? ¡Oh, Madre más que buena! Vos habéis sido hecha de todas las prerrogativas de que Dios es capaz; Vos habéis como agotado el poder de Dios; Vos sois buena, y además, buena de la bondad de Dios mismo; Dios se ha agigantado haciéndoos su obra maestra terrenal y celeste.
La Santísima Virgen tenía un delantal amarillo. ¿Qué digo amarillo? Ella tenía un delantal más brillante que todos los soles reunidos. No era una tela material, sino un compuesto de gloria, y esa gloria era centellante y de una belleza arrebatadora. Todo en la Santísima Virgen me enajenaba fuertemente, y hacíame como arrastrarme a adorar y a amar a mi Jesús en todos los estados de su vida mortal.
La santísima Virgen tenía dos cadenas, un poco más gruesa una que la otra. De la más delgada pendía la cruz a que he hecho referencia antes. Esas cadenas (pues que es preciso darles ese nombre) eran como rayos de gloria de gran fulgor, vario y esplendente.
Los zapatos (pues que debo decir zapatos) eran blancos, pero de un blanco plateado, brillante; alrededor tenían rosas. Estas eran de una belleza deslumbrante, y del corazón de cada una de ellas salía una llama luminosa, bellísima y muy grata a la vista. Las hebillas eran de oro, pero no de oro de la tierra, sino del paraíso.
Los ojos de la Bella Inmaculada eran como la puerta de Dios, desde donde se veía todo lo que puede embriagar el alma. Cuando mis ojos se encontraban con los de la Madre de Dios y mía, experimentaba en lo íntimo de mi ser una venturosa revolución de amor y de protestas de amarla y de fundirme de amor.
  Y yo la amaba tanto que habría querido besarla en el centro de sus ojos, que enternecían mi alma y parecían atraerla y confundirla con la suya. Sus ojos infundieron un dulce temblor en todo mi ser; y yo temía hacer el más leve movimiento que pudiera serle desagradable. La sola visión de los ojos de la más pura de las Vírgenes habría bastado para construir el cielo de un bienaventurado; habría bastado para hacer entrar un alma en la plenitud de las voluntades del Altísimo entre todos los acontecimientos que tienen lugar en el transcurso de la existencia terrenal; habría bastado para hacer que el alma viviera en continuos actos de alabanza, de gratitud, de reparación y de expiación. Esta sola visión concentra el alma en Dios y la vuelve como una muerta-viva, que no mira las cosas de la tierra, aun las más graves, sino como pasatiempo de niños, el alma no querría oír hablar más que de Dios y lo que tiene relación con su gloria.
El pecado es el único mal que Ella ve sobre la tierra. Y el pecado la haría morir de dolor, si Dios no la sostuviera. Amén. Castellamare, 21 de noviembre de 1878
MARIA DE LA CRUZ, Víctima de Jesús, llamada Melania Calvat, Pastora de La Salette.
Imprimatur, Lecce, 15 de noviembre de 1879. CARMELUS Arch. COSMAVicarius Generalis
La Virgen se le apareció a lo largo de su vida. En septiembre de 1852 Melania hizo una peregrinación a La Salette. En cierto momento se alejó por el monte que está detrás del santuario y observó en el extremo de la llanura una hermosa niña. Ella corrió hacia la niña que parecía muy amable, la abrazó y esta le dijo: Es necesario que vengas conmigo a un convento. “Sí, le respondió, pero yo soy pobre y en tu convento no se recibe sin dote”. Pero cuando haya un convento en La Salette tú podrás venir sin pagar nada. Al decir estas palabras, la niña desapareció y Melania reconoció a su Madre del cielo .
Un día entró un ladrón en la habitación donde vivía Melania. Ella quiso pedir ayuda, pero el ladrón se colocó en la puerta para impedirle salir. Entonces ella le pidió ayuda a Dios y en un instante  ya estaba afuera de la habitación. Interrogada por el padre Héctor Rigaux sobre cómo había escapado del ladrón el 13 de agosto de 1901, respondió que la Virgen María la había tomado en sus brazos y juntas habían pasado a través de la pared . Este carisma se llama sutileza: poder pasar a través de los muros, como Jesús después de la resurrección y otros resucitados u otros santos que tuvieron este carisma como san Martín de Porres.
Durante su noviciado en Corenc, escribió el 26 de junio de 1853: La Santísima Virgen estaba rodeada de dos claridades muy intensas. Yo no sé qué nombre dar al color de la primera claridad, que se extendía a uno o dos metros alrededor de nuestra Madre. En esta luz que era inmóvil, estábamos envueltos. Otra claridad salía de muestra buena Madre, muy bella y brillante. Yo no podía mirar mucho tiempo a la Virgen sin que mis ojos no se llenaran de lágrimas. Nosotros estábamos tan cerca de la Santísima Virgen que una persona no podría pasar entre nosotros. Ella tenía rosas alrededor del chal, sobre sus espaldas y alrededor. Del centro de las rosas salía una especie de llama que se elevaba como incienso y se mezclaba con la luz que envolvía a nuestra Madre. Es posible que Dios, sin darnos cuenta, haya cambiado nuestros ojos para que pudiéramos estar así largo tiempo, como si fuese un sol. Al momento en que María hablaba, el sol que nosotros veíamos sobre la tierra, parecía una sombra ligera.
Mientras la Virgen hablaba, lloraba y derramaba lágrimas. ¿Quién no lloraría viendo a su madre llorar? Nuestra Madre lloraba por nuestra ingratitud, Las lágrimas de nuestra buena Madre eran brillantes, no caían a tierra, desaparecían como las chispas de fuego. Sus ojos eran muy dulces, su mirada era tan amable y afable que ella atraía hacia sí. Hace falta estar muerto para no amar a María y para no hacerla amar. Si yo pudiera hacerme oír de todo el universo, podría saciar mi deseo de hacerle amar. Que Jesús y María sean conocidos y amados de todos los corazones: tal es siempre mi primer grito, cuando me despierto. Sor María de la Cruz, la última de las religiosas .Y anota Melania: Recemos, la oración desarma la cólera de Dios. La oración es la llave del paraíso. Consagrémonos a nuestra Madre del cielo. Oremos por los pobres soldados, oremos por todas las madres desoladas por la pérdida de sus hijos. Oremos.
TERCERA PARTE
LOS VIDENTES
MAXIMINO
Maximino Giraud (Mimin en diminutivo), nació el 27 de agosto de 1835. Su madre murió cuando era bebé. Su padre se casó de nuevo y tuvo una madrastra severa para él. La familia era muy pobre y su papá era un cristiano alejado de la Iglesia. El niño creció como una planta sin sol. No iba a la escuela ni a la Iglesia, no sabía nada de catecismo y su pasión era el juego y la diversión con otros niños. Era travieso, un poco irresponsable, pero franco y honesto. Su patrón Pedro Selme, decía que comenzaba el día comiendo todo lo que llevaba de almuerzo, su pan y queso, que compartía con su perro lulú. Si alguien le preguntaba qué vas a comer a la hora del almuerzo, respondía: No tengo hambre. No pensaba en el futuro.
Un día alguien  le comentó: Antes de la aparición solías contar cuentos y decías mentiras. Maximino respondió: Cierto, mentía, juraba y tiraba piedras a las vacas. En resumen, era un niño bueno, inocente y sin maldad.
Durante la aparición, y mientras la Virgen hablaba con Melania, Maximino, que no oía nada, daba vueltas a su sombrero con su cayado o tiraba piedras con su palo hacia la Virgen, aunque ninguna le dio, o se quitaba o se ponía el sombrero. Eso era normal conforme a su carácter inquieto. No podía estar quieto y le gustaba moverse y hacer algo y gesticular cuando hablaba.
Después de pasar cuatro años como interno en la escuela de las hermanas de la providencia de Corps, dejó su pueblo en 1850 y fue recibido en el Seminario menor de Rondeau, cerca de Grenoble. Pero en el Seminario no podía concentrarse en los estudios. Al año siguiente, fue transferido a otro Seminario. En la primavera de 1853 volvió a Rondeau. Su progreso en los estudios no era satisfactorio.
En el verano de 1854 acompañó al señor Similien a Roma y tuvo la dicha de ser recibido por el Santo Padre. En 1856 intentó continuar con sus estudios en el Seminario de Dax, pero su entusiasmo duró poco. Era inconstante en los estudios, en parte por las continuas visitas que le quitaban tiempo de estudio. Tuvo que salir del Seminario. En 1858 encontró trabajo como cobrador de impuestos, pero como no sabía matemáticas, tuvo que dejarlo. Se fue a vivir a París. Después de seis meses le escribió a la hermana Tecla para contarle lo mal que lo pasaba. Muchas veces lloró al pensar en sus días de niño, mientras que ahora pasaba hambre. Después encontró trabajo en 1859 de empleado en el hospital de Vesinet, pero solo estuvo unos meses. Después pasó un año y medio en la universidad de Tonnerre, para terminar sus estudios gracias a la generosidad de algunas personas.
En 1861 volvió a París y fue después como peregrino a La Salette, que permaneció siempre en el centro de sus pensamientos y sus sentimientos. Regresó a París y visitó el puerto de Le Havre donde quedó gravemente enfermo y fue internado en el hospital San Luis. Mientras se recuperaba, vio la miseria física y moral de tantos enfermos; la mayoría de ellos no tenían fe ni el consuelo que ella da. Al ver eso, se sintió conmovido y le impresionó la idea de que se necesitaban buenos médicos tanto como buenos sacerdotes. ¡Quizás él podría ser médico!
Al abandonar el hospital, su pobreza total no le desanimó en su nuevo proyecto. Una pareja piadosa y rica, los esposos Jourdain, invitaron a Maximino a su casa en la periferia de París. El Pastor de La Salette les contó su deseo de estudiar medicina para poder así salvar las almas de los enfermos mientras sanaba sus cuerpos. La pareja Jourdain generosamente financió este proyecto; el joven siguió con sus estudios de médico durante tres años con bastante éxito. Pronto esta pareja lo trató como un hijo, y le dieron un lugar en su mesa. Él aceptó, sintiéndose feliz de poder vivir una vida de familia. ¿Habría encontrado finalmente su vocación?
Era realmente un récord de estabilidad para Maximino: había pasado tres años haciendo una sola cosa y viviendo en un solo lugar. Pero volvió a su existencia de nómada. Gracias a la generosidad de una bienhechora, visitó Venecia y Roma. Al ver el desfile de la Guardia Suiza del Papa, se entusiasmó de nuevo con la idea de defender la soberanía temporal del Papa. En abril de 1866, entró por seis meses al grupo de voluntarios conocidos como zuavos pontificios.
No ocurrió nada notable durante ese período. Maximino lo pasó haciendo guarda en el cuartel y no entró en combate. Pero este período ocasionó un testimonio muy importante con respecto a su vida y carácter. El testimonio viene de una de sus compañeros de cuartel, llamado Henry Le Chauff de Kerguenec que más tarde se hizo jesuita. Kerguenec dio su testimonio en una carta privada a su padre, sin tener idea que algún día se publicaría su carta.
Escribió: Uno puede ver que en su corazón siempre se ha mantenido digno de la Santísima Virgen y que no se ha manchado con nada. Maximino confiaba en mí, contándome sus cosas en París y en otras partes, cosas que él llamaba tonterías. Estas pequeñas cosas no eran más que travesuras, porque me ha jurado que, en cuanto a la pureza, la Santísima Virgen nunca le ha permitido salir de la línea ni en el más pequeño detalle. Mientras estudiaba medicina en París, algunos alumnos trataron de ponerlo en situaciones comprometedoras. Los rechazó a todos y, en cuanto a mí, que ya lo conozco, este milagro es aún más admirable que la misma aparición.
En 1865 un diario parisino publicó el 11 de noviembre un artículo diciendo que Maximino no creía en la aparición y que había sido expulsado del Seminario por tener opiniones que no estaban de acuerdo con la Iglesia.

  1. PROFESIÓN DE FE

Para acallar las voces discordantes, publicó su profesión de fe, titulada: Ma profession de foi sur l’apparition de N.D. de La Salette, ou réponse aux ataques dirigées contre la croyance des temoins, Paris, 1866.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. Creo todo lo que la santa Iglesia Católica Romana enseña. Creo firmemente aún a costa de mi sangre, en la famosa aparición de la Santísima Virgen en la santa Montaña de La Salette el 19 septiembre de 1846. He defendido esta aparición con mis palabras, escritos y sufrimientos; después de mi muerte, que nadie declare que yo me he retractado o que me ha escuchado retractar este gran acontecimiento de La Salette, porque al engañarse a sí mismo, esa persona engañaría al mundo. Con estos sentimientos, doy mi corazón a Nuestra Señora de La Salette.

  1. EN PARÍS

Hallándose en París en la más completa desnudez, empeñó una de sus prendas en el Monte de Piedad. Un día, falto del último recurso, sin tener nada para comer, entra en San Sulpicio y se pone de rodillas ante el altar de la Santa Virgen. “Yo tengo hambre, mi buena Madre. ¿Me dejarías morir de hambre? Y, sin embargo, todo lo que me habéis mandado hacer, lo he hecho. He difundido por todo vuestro pueblo las graves y solemnes advertencias que vinisteis a traer. Poco me falta para sucumbir de inanición. Si vos no queréis sacarme de la miseria en que estoy, he de dirigirme a vuestro esposo san José, que tendrá piedad de mí”.
Debilitado por el ayuno prolongado, terminó por desvanecerse. Un desconocido lo despierta invitándolo a seguirle a un restaurante, donde le hace servir una abundante comida. Cuando Maximino queda satisfecho, el desconocido paga la consumación y le dice que vaya al Monte de Piedad a rescatar la prenda empeñada. Agrega que en un bolsillo de esa ropa encontrará un billete de banco que lo pondrá al amparo de la miseria. Al punto desapareció. Nunca supo Maximino quién era ese hombre. ¿Cómo supo ese desconocido que él había empeñado la ropa en el Monte de Piedad? ¿Cómo sabía que en el bolsillo de esa prenda había un dinero que aseguraba su porvenir? No pudiéndose explicar naturalmente una cosa tan extraordinaria, siempre creyó que el desconocido era san José.
Dócilmente Maximino se va hasta el Monte de Piedad, y, en efecto, halla en el bolsillo de su ropa un testamento que una persona caritativa había hecho en su favor. Por ese testamento se le brindaba la oferta de ser recibido por una familia, y se le dejaba quince mil francos para subvenir a sus necesidades. ¿Cómo se hallaba en el bolsillo de su traje ese testamento? No lo ha sabido nunca. Pero, ¿cuál era el valor real de ese documento? Maximino lo presentó a un notario, el que lo juzgó formal e hizo los trámites necesarios. Entregósele, pues, la cantidad de quince mil francos, con los cuales inició un negocio de hacienda .

  1. CON EL CURA DE ARS

El santo Cura de Ars fue uno de los primeros en creer en la autenticidad de las apariciones de La Salette, pero cuando entrevistó a Maximino, hubo un malentendido, porque Maximino no le entendió bien algunas preguntas y el santo Cura creyó que el niño dudaba de las apariciones o que no las había tenido. Desde ese momento, se negó a autobiografiar, bendecir o repartir estampas o medallas de la Virgen de La Salette. Maximino aclaró que nunca dijo que no había visto la aparición. Él no hablaba de la Virgen María, sino de la bella Señora, porque no sabía quién había sido en realidad. Maximino escribió una carta al Cura de Ars por medio de los padres de Melin y Rousselot, donde decía: Puede decir de mí lo quiera sobre nuestra conversación. Si es verdad que me acusas de retractarme sobre la aparición, es que no me comprendiste.
El santo Cura admitió que posiblemente se había equivocado, porque la respuesta de Maximino no era clara. Solo en 1858, un año antes de su muerte, el santo Cura recuperó la paz y el 12 de octubre de ese año declaró al padre Gerin: Ahora me sería imposible no creer en La Salette. He pedido algunos signos para poder creer en la Salette y los he recibido. Igualmente, Monseñor Gerualt de Langalerie, que era obispo de Belley, escribió: Yo fui obispo del santo Cura de Ars. Murió en mis brazos, declarándome su fe en La Salette. Él me escucha desde su lugar en el cielo, mientras les cuento esto y sé que él no contradice lo que yo he dicho .
El padre Toccanier afirma que el santo Cura de Ars le dijo: Necesitaba una cantidad de dinero necesaria para completar una fundación. Me encomendé a la Virgen de La Salette y encontré justo el dinero que necesitaba. Consideré este hecho como milagroso .
Otro sacerdote, el padre Oronte Seignemartin, nos dice: Estaba en una reunión de sacerdotes, cuando llegó el Cura de Ars. Le pregunté qué pensaba de la Salette y me respondió: “Creo firmemente” y nuevamente bendijo y distribuyó estampas de La Salette.

 

  1. SU MUERTE

El 4 de diciembre de 1868, Maximino fue recibido por el obispo de París. La entrevista fue larga. El arzobispo trató de sacarle el secreto, diciéndole que la Virgen había exagerado las consideraciones que se deben al Papado y haber dicho profecías al azar. “Yo, arzobispo de París, no puedo autorizar una devoción semejante”.
Maximino, humillado, le dijo: “Monseñor tan cierto es que la santa Virgen se me apareció en La Salette y que me habló como que  en 1871, Vos seréis fusilado por la turba”. Se asegura que tres años más tarde el arzobispo, ya prisionero, respondió a los que trataban de salvarlo: Es inútil, Maximino me dijo que yo sería fusilado.
En 1874 visitó varias comunidades religiosas para dar conferencias sobre las apariciones, pero tuvo que dejarlas por su reumatismo articular. En abril sus problemas de corazón se agravaron y su pecho se inflamó. Murió el 1 de marzo de 1875 a los casi 40 años de edad.
Su funeral fue conducido con toda la solemnidad que las duras condiciones del invierno permitieron. Asistieron seis sacerdotes y casi toda la población de Corps. Su cuerpo fue enterrado al lado de sus familiares en el cementerio de Corps, al pie de la santa Montaña. De acuerdo a su pedido, su corazón descansa para siempre en la basílica de Nuestra Señora de La Salette.
Como durante su vida fue un apóstol y defensor de la visita de María a La Salette, deseó continuar su profesión de fe con gran fidelidad aún después de su muerte. Por eso, en el prefacio a su testamento, declaró su fe y amor a María con belleza y fortaleza.

 

MELANIA
Melania continuó guardando el rebaño diez meses después de la primera aparición. Quince días antes de la Navidad fue puesta en pensión en Corps en las religiosas de la Providencia. Allí vio en varias ocasiones a su “hermano” Jesús.
Quiso hacerse religiosa, pero desde que habló de esto, fue perseguida por sus mismos padres. Su padre fue a buscarla por la fuerza al convento y la llevó a casa. Allá quiso hacerle renunciar de su decisión, pero ella persistía que quería consagrarse al Señor. Su padre se puso furioso, y ella estuvo cuatro días sin tomar alimento, sin acostarse y esperando huir de casa, sin conseguirlo. Su padre, con el fusil en el brazo, no dejaba la puerta ni de día ni de noche.
Ella insistía: Quiero ser religiosa o si no morir. Su padre tomó la resolución de matarla ante su obstinación. En un momento de desesperación, cargó el fusil, buscó a Melania y descargó el fusil, pero Dios permitió que la bala pasara bajo su brazo y ella se salvó. Un señor de París que estaba en Corps en ese momento, apenas se enteró de lo que pasaba, se apresuró a encontrarse con el padre de Melania, él tenía mucha influencia y consiguió librar a la pastora de aquella prisión casera. El padre le debía 600 francos y él le dijo que, si le daba la libertad a Melania, le perdonaría aquella suma de dinero. El padre, que no podía devolver el dinero, consintió. Desde ese momento ella fue libre y, al día siguiente, partió a Grenoble y fue a ver al obispo, quien la envió a Correnc, donde ella tomó el hábito religioso de la Providencia después de un año. Allí estuvo dos años, durante los cuales el divino Niño venía frecuentemente a visitarla. Un día la Virgen se le apareció teniendo a su Niño de la  mano. Parecía triste. Le dijo a sor María de la Cruz: Dios Padre quiere afligir al pueblo sin tardar. Tú conoces los males que vendrán, que fueron señalados en la montaña de La Salette, pero se trata de otros males, que llegarán a fin de mes. Son tres males que afectarán a Isère, a Bretaña y a Rusia: La peste, la guerra y el hambre.
Melania respondió: Madre mía, te ruego que le digas al eterno Padre que perdone al mundo entero, que no vengan esos males, dile que desate sobre mí su cólera, que me corte en pedazos, que me queme poco a poco, que se vengue en mí. María desapareció y regresó en otro momento, diciéndole: Tu sacrificio ha sido agradable a Dios, hija mía, las tres calamidades no llegarán, solo una. ¿Cuál quieres tú? Melania contestó: “Si Dios quiere, consiento voluntariamente en ir al infierno (amando a Dios) o sufrir en la tierra todo lo que los condenados sufren en el infierno con tal que no llegue ese mal. En ese momento, la Virgen sonrió y dijo a su Niño Jesús: “Es la primera vez que oigo hablar así. Dios estará contento”. El Niño no respondió nada, pero corrió a arrojarse en los brazos de la religiosa Melania y desapareció con su Madre.
Melania permaneció cuatro años en la escuela interna de la Hermanas de la Providencia de Corps. En otoño de 1851, teniendo 19 años de edad, entró como postulante en el Convento de la Providencia en Correnc, la Casa Madre de esa Congregación. Un año después recibió el hábito como novicia y eligió el nombre de “hermana María de la Cruz”. Durante su noviciado enseñó a algunos niños en la escuela interna de ese convento y sus Superioras quedaron satisfechas. Otras personas competentes también fueron unánimes en evaluarla favorablemente, reconociendo al mismo tiempo sus defectos.

  1. EL DEMONIO

En ese tiempo tuvo muchos problemas ocasionados por el demonio con el permiso de Dios. Dice la Madre Teresa sobre su noviciado en Correnc: Al mes de tomar el hábito en las hermanas de la Providencia de Correnc, durante el noviciado, ella le pidió  sufrir lo que sufrían los condenados. Jesús y María se lo permitieron y comenzó a sentir un disgusto total por la oración y los sacramentos. Ese disgusto aumentaba cada día y le hacía sufrir terriblemente, cuando era obligada a recibir los sacramentos. Además, tenía fuertes pensamientos de desesperación, pensamientos contra la fe, de modo que ella creía a veces estar en los abismos del infierno.
A veces se le veía colgada de una pared o sobre una ventana lista para tirarse, si no se lo impedían. Sus penas aumentaron de modo que ya no tenía libertad. Si quería hablar de Dios, el demonio la atormentaba y no podía hablar. En ocasiones se quedaba cinco o seis días sin poder decir una sola palabra y algunos meses no oía nada e, incluso, no reconocía a las personas con quienes vivía .
Los demonios se le presentaban visiblemente y la hacían caer al suelo. Si tenía el libro del oficio divino, se lo quitaban y lo echaban al medio de la iglesia, haciendo mucho ruido. Durante más de un año, ellos le pegaban sin consideración, estuviera donde estuviera, sobre todo en la noche. A veces arrastraban su cama de un sitio a otro; y hasta llegaron a tirarle encima, estando acostada, otra cama desocupada.
Cuando la golpeaban fuertemente, ella decía: “Mis queridos señores, vosotros no sois grandes señores, porque no hacéis otra cosa que lo que hacen los herreros. Golpead, golpead fuerte. Cuando el que me ha puesto en vuestras manos lo desee, me encontrará limpia y sabrá retirarme y yo podré manifestaros un gran reconocimiento. Sed buenos obreros y trabajad en mi favor”. Eso les daba una rabia tremenda. Si ellos hubieran podido matarla, lo habrían hecho. A veces, para darle miedo, se presentaban bajo forma de animales terribles. Estas apariciones de los demonios duraron unos dos años y algunos meses. Se sabe que en 1854 ella fue a La Salette y los demonios no se le aparecieron más .
El demonio se presentó muchas veces como sacerdote, pero ella lo reconocía, porque se sentía mal a su lado. Dice: Yo lo miraba a los ojos y hacía la señal de la cruz y desaparecía .
Estando en la isla griega de Cefalonia, el demonio se presentó baja la forma de una enorme serpiente y asustó a sus niños, que estaban de paseo. Ella le pegó con el paraguas en la boca, diciendo a los niños: Miren, no tengan miedo, él no les puede hacer daño .

  1. LOS ESTIGMAS

Un día sor María de la Cruz (Melania) fue al coro en la tarde después de cenar. Fue sorprendida cuando vio cerca del altar una gran cruz con su Cristo clavado. De las llagas de Cristo salían fuentes de sangre muy brillante. En primer lugar, la sangre caía al suelo. Nadie venía a recogerla. Entonces los ángeles bajaron y vinieron a beber uno en cada fuente. Jesús se lamentaba de que no se aprovechara del sacramento de la Eucarístía. Después de todo desapareció .
Siendo niña, un día que estaba en el bosque, vino su “hermano”. Ella refiere: Al decirle que yo quería estar crucificada con mi Dios, al instante mi amoroso hermanito sopló sobre mis labios y puso sus dos manos sobre mi cabeza y yo sentí fuertes dolores. Después puso su derecha sobre mi mano derecha, luego su izquierda sobre mi izquierda, sobre mis pies y sobre mi pecho. Fue suficiente. Fue un sentir dolor y amor a la vez, como de un ser vivo que se muere. Desde ese momento, sentí en esas partes de mi cuerpo, grandes dolores, sobre todo los viernes. Algunas veces salía sangre de las llagas que se formaban y después se cerraban. Las llagas duraban unas tres horas, de dos a cuatro de la tarde. Algunos viernes las llagas comenzaban los jueves en la tarde y estaban abiertas hasta el viernes en la tarde. En alguna ocasión estuvieron abierta durante todo el tiempo de Cuaresma .
Ella escribió: En cuanto las llagas sangraron en el momento en que mi “hermano” me tocó la primera vez en que se abrieron, pero esa sangre, sobre todo de las manos, no me gustaba, temiendo que se viera y pedí a la mamá de dejarme los dolores, pero que no se vieran las llagas; y lo obtuve en parte. La llaga más dolorosa era la de las espinas en la cabeza. Cuando salía la sangre de las manos y los pies, al poco rato desaparecían las huellas .
Michel Corteville reunió 20 testimonios de personas dignas de fe sobre los estigmas de Melania en distintas épocas de su vida (Su infancia y su juventud, en su estadía en Inglaterra, en Marsella, Castellammare (1868-1882), Cannes (1885). Los estigmas quedaron invisibles de 1889 a 1897, pero ella sufría todos los sufrimientos de la pasión sin derramamiento de sangre. También fueron observados en Mesina (1898) por su confesor Aníbal María de Francia, hoy canonizado; por el sacerdote Combe en Diou (1901) y por el padre Rigaux en Argoeuves en 1903.
Melania fue cofundadora con san Aníbal de Francia de la Congregación de las hermanas del divino celo. Sor Nazarena Majone refiere: Durante el tiempo que ella estuvo en Mesina, todos los viernes se encerraba y no salía en todo el día. Ese día era para ella día de penitencia, no tomaba nada, ni una gota de agua. Ella era para nosotras de una edificación continua. Jamás la hemos visto llena de ira, siempre estaba tranquila y serena .
Santa Verónica Giuliani, al igual que otros santos como san Pío de Pietrelcina y otros más, tuvo las llagas de Cristo al igual que Melania. Se dice en el proceso:  El 5 de abril de 1697, Viernes Santo, quedó en éxtasis en su celda y se le presentó Jesús crucificado. Cinco rayos luminosos salieron de sus llagas e imprimieron las llagas en las manos, pies y costado de Verónica. Estuvieron mucho tiempo manando sangre, especialmente los viernes, pero al fin consiguió que quedaran invisibles .

  1. APROBACIÓN DE LAS APARICIONES

Declaró Monseñor Brouillard, obispo de Grenoble: “Considerando todo lo que se ha escrito o hablado, tanto a favor como en contra del acontecimiento”.
“Considerando en primer lugar que es imposible explicar el hecho de La Salette sin hablar de la intercesión divina, no importa cómo consideremos el acontecimiento, sea en sí mismo o en sus circunstancias, o en su finalidad esencialmente religiosa”.
“Considerando en segundo lugar las maravillosas consecuencias de la aparición que son el testimonio que Dios mismo ha dado, manifestándose por milagros, y que este testimonio es superior a los hombres y a sus objeciones”.
“Considerando que estos dos motivos, tomados separadamente y aún más cuando están unidos, dominan totalmente la cuestión y quitan el valor de cualquier pretensión contraria como así las suposiciones en contra, de las que somos totalmente conscientes”.
“A pedido expreso de todos los miembros del Consejo diocesano y a pedido de la gran mayoría del clero de nuestra diócesis; para satisfacer la expectativa de un número tan grande de almas piadosas, tanto de nuestro país como de otras naciones, que de otra manera nos podrían criticar de haber mantenido encerrada la verdad con respecto a La Salette; invocando nuevamente al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen Inmaculada,
Declaramos:
“Juzgamos que la aparición de la Santísima Virgen a dos pastorcitos el 19 de septiembre de 1846, en una montaña de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, contiene en sí misma todas las características de la verdad y los fieles tienen motivo de creerla cierta e indudable”.
“Creemos que este hecho adquiere más motivo de fe por la grande y espontánea concurrencia de los fieles al lugar de la aparición, como también por los numerosos signos que han ocurrido como consecuencia de este acontecimiento, de un gran número de los cuales es imposible dudar sin violar las reglas del testimonio humano”.
“Entonces, manifestando nuestro agradecimiento vivo a Dios y a la gloriosa Virgen María, autorizamos la devoción a Nuestra Señora de La Salette. Permitimos que se predique de ella y que se saquen conclusiones prácticas y morales”.
Firma: PHILIBERT, obispo de Grenoble
19 de septiembre de 1851
El obispo de Grenoble aprobó las apariciones a los cinco años en 1851. El día de la proclamación del decreto de aprobación, manifestó el deseo de construir un santuario digno de María y que todos podían colaborar con ofrendas generosas.    Actualmente, hay un Santuario hermoso capaz de acoger 3.000 personas en la montaña de La Salette. También el mismo obispo, Monseñor Brouillard, fundó la Congregación de sacerdotes de La Salette, que tendrían la misión de atender corporal y espiritualmente a los peregrinos. La primera piedra del Santuario fue colocada el 25 de mayo de 1852 ante 15.000 personas. A los pocos días, personas opuestas a las apariciones inundaron Grenoble con canciones infames, acompañadas de escritos anónimos para eludir fácilmente la justicia.
El nuevo santuario (basílica) de La Salette fue consagrado el 20 de agosto de 1879 y ese día fue coronada la nueva imagen.

  1. MISIONEROS DE LA SALETTE

Los actuales misioneros de La Salette fueron fundados por iniciativa del obispo de Grenoble Monseñor Brouillard, para estar encargados del ministerio del santuario de La Salette y atender a los peregrinos. Los primeros fueron todos sacerdotes diocesanos. Al principio vivían en una choza de madera, mientras se construía el santuario y la casa para ellos. Su vida era al principio la de unos ermitaños, pero cuando los peregrinos empezaron a llegar en gran número, los debían atender día y noche, atendiendo a sus necesidades básicas.
Los ocho primeros que se consagraron con votos el 1858 fueron recibidos por Monseñor Ginoulhiac. Al principio dependían de la autoridad del obispo de Grenoble. En 1876 pasaron a ser reconocidos como Congregación de derecho pontificio con Constituciones propias. El 1926 el Papa Pío XI dio su aprobación definitiva a sus Constituciones.
Cuando en 1900 vino la persecución religiosa en Francia, muchos de ellos huyeron a otros países. A principio del siglo XX eran cincuenta miembros. En la actualidad son más de mil y están en más de 25 países. No siguen la REGLA dada para ellos por la Virgen a Melania, pero han sido reconocidos por la Iglesia.

  1. APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

San Aníbal María de Francia manifestó en la misma oración fúnebre de Melania: La Santísima Virgen, después de haberle confiado un secreto, le había revelado que saldría de la santa Iglesia una insigne Orden religiosa denominada de los Apóstoles o misioneros de la Madre de Dios que estarían diseminados por todo el mundo y que harían un bien inmenso al catolicismo. Esta Congregación imponía una segunda Orden y una Orden tercera (de seglares). Ellos estarían inflamados por la gloria de Dios y la salvación de las almas, las palabras, contenidas en el secreto de Melania y por las cuales la Santísima Virgen anuncia la formación de esa grande Orden religiosa, respiran un soplo divino, son la sencillez puesta en harmonía con lo sublime. La Santísima Virgen, luego de haber anunciado ese futuro acontecimiento, dio a Melania la regla que debía regir esa nueva Orden religiosa. Esta Regla se fijó en la memoria y en el espíritu de Melania por espacio de doce años sin que la hubiera escrito. Ella me dijo: “Parecía que estaba impresa en mí”. Más tarde, llegado el momento señalado para la divulgación del secreto, Melania escribió esa Regla, que fue sometida al juicio de una comisión de cardenales de la santa Iglesia, quienes la encontraron irreprochable .
San Luis María Grignon de Montfort en su libro “La verdadera devoción a la Santísima Virgen” habla de los apóstoles de los últimos tiempos.
Melania no fue fundadora, pero sí inspiradora de otras Congregaciones según la Regla de la Virgen.
Las Congregaciones del beato Santiago Cusmano y de san Aníbal María de Francia se inspiran en esta Regla. También los hermanos de San Juan han dado sus primeros pasos con este espíritu. Una comunidad mexicana se fundó en Mérida según esta Regla. El padre Hurtubise, canadiense, había previsto también una fundación según este espíritu, pero su muerte en plena predicación ante 2.000 personas, detuvo su proyecto en 1990.

  1. DESPUÉS DE LA APARICIÓN

El 14 de agosto de 1853, Melania es aceptada para hacer sus votos, pero el nuevo obispo de Grenoble, Monseñor Ginoulhiac no le permite y la envía a las hijas de la Caridad de Vienne, pero ella rehúsa tomar el hábito en esta Congregación. Entonces es enviada a las hermanas de la Providencia de Corps. A los cuatro meses de estar en Corps, en septiembre de 1854, un obispo de Inglaterra, Monseñor Newsham de la universidad de Oxoford llegó a Corps. Pidió permiso a Monseñor Ginoulhiac para llevársela a Inglaterra para una visita. El obispo de Grenoble le dijo a Melania que iba por poco tiempo y que él la llamaría. De hecho, este obispo la mandaba al exilio sin tiempo determinado para alejarla de su diócesis.
En Inglaterra, Melania se alojó en el convento de las Carmelitas de Darlington. Le permitieron tomar el hábito, lo que hizo el 25 de febrero de 1855, pero sin intención de comprometerse con la Comunidad definitivamente. En 1860 con sus 19 años quiso volver a Francia a cumplir su misión de dar testimonio de las apariciones y fundar las dos Congregaciones de Apóstoles de los últimos tiempos según la Regla dada por la Virgen María. No se lo permitían y decidió tirar por la ventana unos papeles escritos en los que decía que estaba encerraba y quería salir del convento.
El obispo inglés, conseguida la dispensa de sus votos temporales, le dio la libertad y ella volvió a Francia, a Marsella. Ella fue recibida por las hermanas de la Compasión y por su fundador el padre Barthès en Marsella en septiembre de 1860. EL 21 de noviembre de 1861 la enviaron a Cefalonia, una isla de la costa oeste de Grecia. El 28 de julio de 1863 Melania regresa a Marsella y se puso bajo la dirección espiritual de Monseñor Petagna, obispo de Castellammare en Italia, que estaba ahí exilado. En 1867 fue a Castellammare donde estuvo 17 años bajo la dirección paternal de Monseñor Petagna.
En 1878, cuando fue la elección del nuevo Papa, ella invitó al padre Fusco a cenar en la Comunidad. Él respondió: Yo aceptaría cuando el Papa sea nombrado. Ella le respondió: Él ya está nombrado y es alto y delgado (León XIII). Respondió el padre: Si hubiera sido nombrado, todas las campanas de Nápoles habrían tocado a fiesta. Apenas salió de la casa cuando empezaron a sonar las campanas y aceptó la invitación . También manifestó que san José murió en los brazos de Jesús tres años antes de su crucifixión .El padre Combe declaró que Melania le aseguró que san José estaba en el cielo en cuerpo y alma, pues había resucitado a la muerte de Jesús .
En 1878 fue a Roma y el 3 de noviembre fue recibida por el Papa León XIII, a quien hablo de la intención de fundar la Congregación de los Apóstoles de los últimos tiempos según la Regla, dada por la Virgen. El Papa León XIII, cuando Melania le presentó la Regla la hizo ver por algunos de sus secretarios y todos estuvieron de acuerdo en que estaba muy bien y era muy evangélica. El Papa le mandó a Melania que fuera al santuario y le propusiera esta Regla a los sacerdotes que allí estaban, pero el obispo de Grenoble, del que dependían, se lo impidió.
El Papa propició un encuentro entre Melania y Monseñor Fava, obispo de Grenoble, en la Sagrada Congregación de obispos. El cardenal Ferreri propuso al obispo la Regla de Melania, pero la rehusó incluso sin leerla. Melania dijo: Me recibió el Papa con bondad y me dijo en buen francés: “Vete de inmediato a la montaña de La Salette con la Regla de la Virgen Santísima y la haces observar por los sacerdotes y religiosas”. La oposición del obispo de Grenoble impidió la fundación.
En 1884, con el permiso del Papa León XIII, Melania va de Italia a Francia para cuidar a su madre enferma. Se establecen en Cannes y después en Cannet. El 1 de diciembre de 1889 muere su madre y Melania se queda en Marsella en casa de su hermana.
En 1896 va en peregrinación a La Salette con tres sacerdotes. El 18 de agosto del 1897, llamada por el padre Aníbal María de Francia, toma la dirección de las Hermanas del Divino Celo, siendo considerada Cofundadora. En junio de 1899 se establece en Saint Pourçain (Francia). En junio de 1900 se instala en Dion (Francia). En septiembre de 1902 va a La Salette. Los capellanes seculares de La Salette la reciben bien. Ella les relata la aparición y les habla de la Regla de la Virgen. El 13 de junio de 1904 va instalarse en Altamura, cerca Bari.
SU MUERTE
Melania había anunciado: El padre Combe creía que yo moriría aquí (Saint Pourçain, Francia). Yo moriré en Italia, en un país donde no conozco a nadie. Verán mis ventanas cerradas. Abrirán la puerta a la fuerza y me encontrarán muerta . Así sucedió.
En Altamura (Italia) iba cada día a misa y después tomaba el desayuno con Monseñor Cecchini, que siempre le mostró cariño. Después volvía a su cuarto para orar y meditar. El jueves 15 de diciembre de 1904 no apareció en la misa. El obispo mandó que fueran a ver qué pasaba. Forzaron la puerta y la encontraron muerta en el suelo.
La noche que murió Melania, Pascal Massari oyó cantos litúrgicos en honor del Santísimo Sacramento y el tintineo de una campanita. Un albañil que vivía en la casa de enfrente aseguró que, además de los cantos, vio una luz celeste inexplicable . Murió entre el 14 y 15 de diciembre de 1904 a los 72 años de edad. Los funerales fueron presididos por Monseñor Cecchini en la catedral de Altamura. San Aníbal María de Francia hizo la oración fúnebre y dijo: Un día puse a prueba su amor por Jesús Eucaristía, ya que, inopinadamente y sin que ella lo hubiese imaginado, le prohibí que se aproximara a la santa comunión. Se estremeció, se descompuso y cayó al suelo como muerta. Entonces pude hacerme una idea de lo que era un verdadero espíritu de virtud, cuando vuelta ya en sí, todo el día se mostró tan dulce y tan humilde, tan suave y más aún que de costumbre.
Fue enterrada en el panteón de la familia Gianuzzi. Su cuerpo, después de un tiempo, fue encontrado incorrupto por los obreros. El obispo pidió ofrendas para construir en el barrio un monasterio y la iglesia donde colocaron los restos de Melania.
Sobre Melania escribió sor Josefina Servant al padre Combe el 15 de octubre de 1907: Ella venía todos los días a misa a nuestra iglesia. Se quedaba junto a la puerta. Al momento de recibir la comunión se prosternaba hasta el suelo. Durante la acción de gracias parecía estar en éxtasis. Se pasaba los días orando y trabajando, y una parte de la noche escribiendo. El poco sueño que tomaba era siempre sobre el desnudo suelo. La cama era solo para aparentar que dormía en ella. Nunca se acostó en ella. Su habitación era muy pobre y humilde. En invierno la lluvia caía como en la calle. Para pasar de un sitio a otro, debía tomar el paraguas. Su comida consistía en unas patatas que cocía para toda la semana. Nosotras no pudimos hacerle comer otras cosas. Su paseo favorito era caminar por el cementerio conventual. .
En Altamura el 19 de septiembre de 1918, doce religiosas de las hijas del Divino Celo, de las que ella fue considerada cofundadora, llevaron su féretro con los restos del cementerio a la capilla del nuevo orfelinato en el barrio del Monte Calvario. El 5 de septiembre de 1919 se abrió su tumba para limpiarla y recompusieron su esqueleto. Los huesos estaban empapados de sangre viva, que fue recogida con algodones. Sus restos, vestidos con el hábito de hija del Divino Celo, fue enterrado solemnemente en un monumento de mármol que representaba a Melania y a la Virgen.

PROCESO DE CANONIZACIÓN
San Aníbal María de Francia pronunció la oración fúnebre en Altamura donde había una casa de sus Hijas del Divino Celo. Él nos dice: Ella es muy pura, muy inocente, muy amante, prudente, mortificada, inflamada de celo por Dios y por las almas, sencilla como una paloma, excelente consejera. Posee en alto grado el discernimiento de corazones. Ella es paciente y rápida en poner por obra lo que conoce que es la voluntad de Dios. Su vida ha sido un continuo martirio interior a causa de las ofensas que Dios recibe y por no poder fundar las dos congregaciones que la Virgen pidió en la santa montaña de La Salette .
San Aníbal María de Francia introdujo en Mesina la causa de canonización de Melania después de su muerte. El refiere: Estoy a punto de promover el proceso de información de las virtudes idóneas de nuestra muy amada Melania en la Curia de Mesina. Yo no sé si usted sabe que Melania ha obrado un milagro de curación instantánea de un tumor de estómago en Taormina (Mesina) con su aparición en uno de mis institutos .
EL 4 de febrero de 1920 sor Paolina Bianchi, hija del divino celo, declaró su curación tras la aparición de Melania. Su curación, certificada por el testimonio de varias hermanas, fue presentada con los certificados médicos correspondientes.
En junio de 1923 el futuro santo, padre Aníbal María de Francia, pidió al obispo de Altamura la apertura de proceso informativo para la causa de canonización de Melania.

CUARTA PARTE: SUCESOS DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

  1. LUCÍA DE FÁTIMA

Me dirigí a la capilla, eran las 4:00 p.m., hora en la que acostumbraba ir a hacer la visita al Santísimo, por ser la hora a la que de ordinario está más solo, y no sé por qué, pero me gusta encontrarme a solas con Jesús en el sagrario… y sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios y en él vi y oí: La punta de la lanza como llama que se desprende, toca el eje de la tierra. Ella tiembla: montañas, ciudades, villas y aldeas con sus moradores son sepultados. El mar, los ríos y las nubes que salen de sus límites, se desbordan, inundan y arrastran consigo en un remolino, viviendas y gente en número que no se puede contar, es la purificación del mundo por el pecado en el que se sumerge. ¡El odio, la ambición, provocan la guerra destructora! Después sentí en el palpitar acelerado del corazón y en mi espíritu el eco de una voz suave que decía:  En el tiempo, una sola Fe, un solo Bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica. En la eternidad ¡El cielo! Esta palabra cielo llenaba mi alma de paz y de felicidad, de tal forma que casi sin darme cuenta, quede repitiendo por mucho tiempo: ¡Oh cielo! ¡Oh cielo! Apenas pasó la mayor fuerza de lo sobrenatural fui a escribir y lo hice sin dificultad en el día 3 de enero de 1944, de rodillas, apoyada sobre la cama que me sirvió de mesa .

  1. ESTEBAN GOBBI

El padre Esteban Gobbi, fundador del Movimiento sacerdotal Mariano, recibió el 13 de mayo de 1990 de parte de la Virgen el mensaje: Mi tercer secreto que yo revelé a los tres niños a quienes me aparecí y hasta ahora no os ha sido revelado, será manifestado a todos por el mismo desarrollo de los acontecimientos. La Iglesia conocerá la hora de su mayor apostasía, el hombre de iniquidad se introducirá en el interior de ella y se sentará en el mismo Templo de Dios, mientras que el pequeño resto que permanecerá fiel, será sometido a las mayores pruebas y persecuciones.
Tres años después, el 15 de marzo de 1993, el padre Gobbi recibió este otro mensaje de la Virgen: Mi Iglesia será sacudida por el viento impetuoso de la apostasía y de la incredulidad, mientras  aquel que se opone a Cristo entrará en su interior llevando así a su cumplimiento la abominación de la desolación que os ha sido predicha por la divina Escritura. La humanidad conocerá la hora sangrienta del castigo: Será herida por el flagelo de las epidemias, del hambre y del fuego; mucha sangre será esparcida en vuestras calles; la guerra se extenderá por doquier, llevando al mundo una devastación inconmensurable .

  1. BEATA ELENA AIELLO (+1961)

La beata sor Elena Aiello recibió este mensaje de Jesús: Los hombres ofenden demasiado a Dios. Si te hiciese ver el número de los pecados que se comenten en un solo día, morirías de dolor. Los tiempos son graves. El mundo está peor que en los tiempos del diluvio. El materialismo avanza con señales evidentes y peligrosas para la paz. El flagelo está pasando sobre el mundo como la sombra de una nube amenazadora para dar testimonio a los hombres de la justicia de Dios. Todavía el poder de la Madre de Dios contiene la explosión del huracán, pero todo está suspendido por un hilo. Cuando se rompa este hilo, la justicia divina caerá sobre el mundo y se cumplirá el castigo purificador. Todas las naciones serán castigadas, porque son muchos los pecados que como una marea de fango ha cubierto toda la tierra. Las fuerzas del mal se preparan para desencadenarse en el mundo con mucha violencia.
He avisado a los hombres de muchas maneras. Los gobernantes de los pueblos advierten el peligro gravísimo, pero no quieren reconocer que para evitarlo es necesario regresar a una vida verdaderamente cristiana.
El tiempo no está lejano y todo el mundo estará envuelto. Se derrama mucha sangre de justos e inocentes, de santos sacerdotes. El odio llegará al colmo. Italia será humillada, purificada por la sangre y deberá sufrir, porque muchos son los pecados de esta nación predilecta, sede del vicario de Cristo.
No puedes imaginar lo que sucederá. Se desencadenará una gran revolución y los caminos se enrojecerán de sangre. El Papa sufrirá mucho y este sufrir será para él como una agonía que abreviará su peregrinación terrestre. Pero no tardará el castigo de los impíos. Aquel día será espantoso, la tierra temblará y se conmoverá toda la humanidad. Los malvados perecerán por la justicia de Dios. Avisad a todos pronto, para que todos los hombres regresen a Dios por la oración y la penitencia.
La Virgen me ha explicado que el flagelo que vendrá para castigar a los malvados vendrá por la mañana y será precedido de un terrible huracán de viento que lo envolverá todo. Después aparecerá en una nube en el cielo Jesucristo mismo y se oirá un grito de justicia en toda la tierra.
A continuación, vendrá una densa tiniebla que envolverá la tierra y se desencadenará una tremenda borrasca de fuego que quemará a todos los malos e impíos. Veréis caer a pedazos humeantes los cuerpos de los impíos. Por el espanto morirán también los buenos, la Virgen ha dicho que ella aparecerá sobre la tierra y salvará del flagelo a todos los buenos, especialmente a los que reciten el rosario .

  1. SAN JUAN PABLO II

El 18 de noviembre de 1980, Juan Pablo II reveló en Fulda, Alemania, durante una rueda de prensa al término de una reunión del Episcopado alemán lo siguiente, a las preguntas de un periodista interesado en saber si era auténtica la versión del tercer secreto de Fátima, publicada por el periódico Neues Europa, de STUTTGART, el 1 de octubre de 1963 (la que Pablo VI habría enviado supuestamente a los líderes de Estados Unidos, URSS y el Reino Unido). El Papa declaró, según publicó la revista alemana Stimme des Glaubens: Debería bastar a todo cristiano saber que el secreto  habla de que océanos inundarán continentes enteros, de que millones de hombres se verán privados de la vida repentinamente en minutos. Con esto en mente no es oportuna la publicación del secreto. Muchos quieren saber solo por curiosidad y sensacionalismo, pero olvidan que el saber lleva consigo también la responsabilidad. Ellos pretenden satisfacer su curiosidad, y esto es peligroso. Probablemente ni siquiera reaccionarían, con la excusa de que ya no sirve de nada.
Fue entonces cuando Juan Pablo II echó mano de un rosario – “el arma”, como lo denominaba el padre Pío – Y dijo con gesto grave:
- ¡He aquí el remedio contra ese mal! Rezad, rezad y no hagáis más preguntas. Dejad todo lo demás en las manos de la Madre de Dios.
Preguntado a continuación por el futuro de la iglesia, Juan pablo II dijo esto: Debemos prepararnos para sufrir, dentro de no mucho tiempo, grandes pruebas que nos exigirán estar dispuestos a perder inclusive la vida y a entregarnos totalmente a Cristo y por Cristo. Por vuestra oración y la mía es posible disminuir esta tribulación, pero ya no es posible evitarla, porque solamente así puede ser verdaderamente renovada la Iglesia. ¡Cuántas veces la renovación de la Iglesia se ha efectuado con sangre! Tampoco será diferente esta vez .
INTERPRETACIÓN DE LOS SECRETOS
Los secretos de La Salette  se dieron en varias apariciones y no solo en la primera. Al igual que el tercer secreto de Fátima, son revelaciones privadas y son una ayuda para la fe. No se dan para completar la revelación, sino para ayudarla a vivirla plenamente en una época determinada de la historia. Por eso, no se debe descartar la revelación privada, aunque no sea obligatorio hacer uso de la misma.
Las profecías son condicionales “si no se convierten”. En Fátima la Virgen amenaza con una segunda guerra mundial. Dijo: Si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI (todavía no era Papa, y no se sabía que en un futuro tomaría ese nombre) comenzará otra guerra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre. Esto se cumplió, aunque la guerra oficialmente comenzó el 1 de septiembre con la invasión de Polonia por Hitler, ya el año anterior con Pío XI habían comenzado los preparativos.
Y añade María: Si atendieren a mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas (esto ha sucedido con el comunismo a lo largo del mundo). Pero al final María nos da esperanza. Dios siempre triunfará de los malos. Ese es el resumen de todo libro del Apocalipsis. La guerra permanente entre el bien y el mal en la historia humana terminará con el triunfo de Dios. Y María dice: Por fin mi Corazón Inmaculado triunfará y será concedido al mundo un período de paz.
Anota Ratzinger (futuro Benedicto XVI): El futuro no está señalado de manera inevitable. El sentido de las visiones o profecías no es mostrar una película del futuro inexorable, sino llamar la atención sobre la libertad y lo que puede suceder para que se eviten esas calamidades anunciadas. En la visión del tercer secreto de Fátima, el Papa muere en una montaña, asesinado por un grupo de soldados. En realidad, no murió Juan Pablo II y fue herido en la plaza de San Pedro por un asesino a sueldo, Ali Agca. Pero podía haber muerto, si no hubiera habido una intervención milagrosa de la Virgen.
Así pues, las profecías son condicionales. No son para un grupo cercano de personas, sino para todo el mundo. En La Salette se habla del incendio de París. No ha sucedido, pero pudo haber sucedido cuando los prusianos entraron en París en la guerra de 1870-1871. En la segunda guerra mundial, también pudo haber sido incendiada, porque Hitler había dado órdenes de que, antes de retirarse ante el avance de los aliados, destruyeran todos los puentes y todos los principales monumentos y obras importantes de la ciudad.
Se dice que muchas ciudades serán destruidas, pero algunas serán salvadas milagrosamente como ha sucedido a lo largo de los siglos por intercesión de algunos santos. En el libro de Jonás se habla de que Dios había decidido destruir Nínive, pero se arrepintieron los ninivitas y Dios los perdonó. En cambio,  Sodoma y Gomorra fueron destruidas por sus pecados y solo se salvó Lot y su familia (Gen. 19) Claramente Dios le dice a Abraham que, si hubiera habido 10 justos, no las hubiera destruido (Gen. 18). Veamos algunos casos. La ciudad alemana de Kaufbeuren fue salvada de los bombardeos el 12 de abril de 1945 por la invocación de sus habitantes a la beata Crescencia de Höss, a pesar de tener la ciudad una base aérea y edificios industriales .
El padre Pío de Pietrelcina salvó a su ciudad de San Giovanni Rotondo de ser bombardeada por los aliados en 1943. El padre Pío se aparecía a los pilotos que iban a bombardear su ciudad y les decía en las nubes: Fuera, Fuera. Los aviones, sin intervención de los pilotos, se daban la vuelta y después sus bombas caían sobre un bosque o lugares desiertos. Esto está documentado por los testigos del Proceso de canonización, por los testimonios de los pilotos y del mismo general aliado, que después de la guerra se hizo amigo del padre Pío y católico .
Igualmente fue salvada la ciudad de Bérgamo en Italia que iba ser bombardeada por los aliados como fueron las ciudades vecinas. El comandante aliado de la escuadrilla veía filas de personas que iban al lugar de las apariciones de Ghiade di Bonate y prohibió que masacraran a la gente. Además, Bérgamo en 1943 había hecho la promesa de erigir un templo a la Virgen si no era bombardeado .
En La Salette hay profecías de cumplimiento inmediato sobre el hambre y la ruina de las patatas, uvas, nueces, trigo… Esto no sucedió en el pueblo de La Salette, El Corps y pueblos aledaños, porque hubo conversiones masivas y realmente dejaron de trabajar en domingo y de blasfemar, pero sucedió en otros países y en otras regiones de Francia. Se habla de que el Papa no salga de Roma desde 1859, haciendo referencia de la toma de los Estados Pontificios por el ejército de Garibaldi, totalmente anticlerical. Se habla de calamidades a mediano plazo, aludiendo a la guerra con Prusia (1870) y a la caída de Napoleón III.
El 28 de noviembre de 1870 ella escribió a su madre después de los desastres de la guerra de Francia con Prusia: Hace 24 años que yo ya sabía de esta guerra; 22 años hace que dije que Napoleón III era malo y que arruinaría nuestra pobre Francia.
Los secretos predicen persecuciones contra la Iglesia, guerras que afectarán a Francia, Inglaterra, España y una guerra general espantosa. Quizás se refiera a una guerra nuclear, que ocasionaría una catástrofe mundial sin precedentes y podría llevar a los tres días de tinieblas profetizados a varios santos”. También se habla de que las estaciones serán alteradas, la tierra no producirá más que malos frutos, los astros perderán su ritmo y sus movimientos; la luna, solo reflejará una claridad rojiza, el agua y el fuego darán al globo terráqueo movimientos convulsivos y horribles temblores que harán desaparecer montañas, ciudades, etc.
Después de hablar de grandes calamidades que involucraran a la naturaleza, además de hambre, guerras, pestes, terremotos… se insiste en la apostasía general y de que los apóstoles de los últimos tiempos deben salir a iluminar el mundo. Cuando se habla de los últimos tiempos no se trata del fin del mundo, sino de una total renovación del mundo, después de un tiempo en que el anticristo parecía haber dominado para siempre en el mundo.
Lo concreto es que entendamos que los males del mundo vienen por los pecados, como lo fue el diluvio, pero ahora se dice en diferentes profecías que estamos peor que en tiempos del diluvio y Dios, por su amor y misericordia, no puede permanecer indiferente ante la ruina eterna (condenación) de muchos de sus hijos que viven alejados de Él y lo ofenden continuamente con sus pecados. Dios va a intervenir. Los males anunciados, afirmó nuestra Madre a los videntes de Medjugorje, ya no pueden ser suprimidos, pero pueden der disminuidos y postergados por un tiempo ¿Cuándo se harán realidad? ¿Estamos preparados y convertidos para aceptar incluso la muerte por Cristo, ya que habrá persecuciones y martirios para los buenos?
Se habla de los sacerdotes impuros. Quizás aquí podemos ver la tragedia ocurrida después del Concilio Vaticano II cuando más de 80.000 sacerdotes y religiosos y unas 100.000 religiosas abandonaron su Congregación por el matrimonio. Después podemos anotar el hecho del descubrimiento de sacerdotes “pedófilos” que han desprestigiado tanto a la Iglesia en los últimos años. Su causa comenzó con aceptar en muchos Seminarios, empezando por Estados Unidos, a seminaristas homosexuales que después, siendo sacerdotes, no guardaron la castidad prometida. Sobre esto el mayor especialista en casos de pederastia en la Iglesia, Monseñor Charles Scicluna, arzobispo de Malta, refiere que desde que comenzó a estudiar los casos de abusos a menores en 2001 ha habido una constante, el 80% de los casos de varones de 14 años a más son víctimas del sexo masculino. Más que crisis de pedofilia es crisis de efebofilia. Por eso el Papa Benedicto XVI en la Instrucción del 4 de noviembre de 2005 manifestó: No se puede admitir al Seminario y a las Ordenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Ninguna institución del mundo hace ni ha hecho tanto como la Iglesia Católica para superar estos problemas. El año 2020 se ha instalado en todas la diócesis o arquidiócesis del mundo tribunales para recibir denuncias de estos abusos de modo que se pueda ayudar a las víctimas y castigar a los culpables, incluso de encubrimiento, lo antes posible.
Se dice en el secreto que el Papa será perseguido por todas partes y se le querrá matar, pero no podrán hacer nada. El Vicario de Cristo triunfará una vez más. Esto parece referirse al Papa Juan Pablo II, a quien quisieron matar en tres oportunidades. Primero en la Plaza de San Pedro por Alí Agca, el 13 de mayo de 1981. El segundo atentado fue el 13 de mayo de 1982, al año exacto del primero. Un sacerdote tradicionalista, llamado Juan Fernández Krohn, en Fátima, donde estaba el Papa para agradecer a la Virgen haberle salvado la vida y donde puso la bala en la corona de María, ese sacerdote se echó en el suelo delante del Papa como si estuviera enfermo y cuando el Papa se iba inclinar sobre él, fue detenido por un guardaespaldas, que vio que ese sacerdote sacaba un puñal de su sotana. El tercer atentado fue el 11 de enero de 1995 en Filipinas y fue solucionado, porque agentes de la CIA descubrieron la trama y pusieron en alerta al Papa y a los servicios de protección.
La Virgen había pedido que el Papa, en unión con todos los obispos del mundo, consagrará Rusia a su Inmaculado Corazón. El Papa lo hizo el 25 de marzo de 1984 y pronto se vieron los efectos. Al año siguiente Gorbaicov, con la perestroika abrió el telón de acero y cinco años más tarde se deshizo la URSS y varios países comunistas consiguieron la libertad. Por eso Melania dijo: El Vicario de Cristo triunfará una vez más.
En los secretos se habla de que la Iglesia padecerá grandes persecuciones. Basta estudiar la historia de México con los miles de muertos por el gobierno anticlerical, sobre todo de Plutarco Calles entre 1924 y 1928, y la masacre de los cristeros que se rebelaron. La muerte de 7.000 sacerdotes y religiosas en la guerra civil española por los comunistas o los asesinatos de los nazis en la segunda guerra mundial, muchos de ellos contra sacerdotes y laicos católicos.
También se habla en los secretos de iglesias profanadas y muchos martirios de sacerdotes, religiosas y laicos. En la actualidad el 75% de las persecuciones y martirios es de los cristianos, sea en Nigeria, Corea del Norte o algunos países de la mayoría musulmana.
Se mencionan muertes de hambre. En este siglo XXI, según el periódico Avvenire de Italia del 7 de septiembre de 2005: más de mil millones de personas viven con menos de un dólar al día. Más de dos mil millones no superan dos dólares al día. Cada año mueren seis millones de niños por malnutrición antes de cumplir los cinco años. Más de 800 millones de personas van a la cama con hambre y 300 millones son niños. Cada tres segundos y medio una persona muere de hambre.
El mundo en que vivimos está alejado de Dios y Dios, como Padre, quiere corregirnos por las malas, ya que no ha podido por las buenas. Asistimos a desórdenes de inmoralidad por doquier, legalización del aborto, del matrimonio gay, de la eutanasia. Miles de embriones humanos reducidos a conejillos de indias para experimentos, manipulaciones genéticas, asesinatos, violaciones, pornografía, y también, por qué no decirlo, la apostasía religiosa, abandonando toda referencia a Dios.
La Virgen manifestó a Teresa Musco: Una gran guerra (¿la tercera guerra mundial?) vendrá. Habrá muchísimos muertos y heridos. Satanás grita victoria y es en ese momento cuando todos verán aparecer a mi Hijo sobre las nubes del cielo y juzgará a cuantos han pisoteado su sangre. Entonces mi Corazón triunfará .
CONFIDENCIAS
El cardenal Ratzinger (futuro Benedicto XVI) nos decía: Qué significa lo que la Virgen dice en Fátima: ¿Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará? Quiere decir que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El fiat de María, la palabra de su Corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador; porque gracias a este sí, Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanecer ahora y para siempre. El maligno tiene cierto poder en este mundo con el permiso de Dios, porque nos dejamos llevar por nuestra libertad para obrar el mal, pero la libertad hacia el mal no tiene la última palabra. Desde que Cristo vino al mundo, cobran valor sus palabras: Padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza, yo he vencido al mundo (Juan 16, 33).
Por otra parte, es cierto lo que nos dice Melania por experiencia personal: Nunca ha habido y nunca habrá un alma en el infierno que haya amado a la Virgen María. Ella no permite ni permitirá que uno de sus devotos se pierda para siempre .
Seamos devotos de María y ofrezcámosle cada día el rosario o al menos tres avemarías. Llevemos con amor el escapulario de la Virgen del Carmen o la medalla “milagrosa”. Y cumplamos a lo menos una vez en la vida la devoción de los nueve primeros viernes o de los cinco primeros sábados para asegurar así nuestra eterna salvación. Sin descontar el hablar a otros para que amen a María y por medio de María a Jesús, el amigo que siempre nos espera en la Eucaristía.
El mensaje de la Virgen a lo largo de los siglos y en distintas apariciones, nos invita siempre a confiar en la promesa de Dios y a creer que Dios es más grande que todos los males y pecados y que el demonio es una simple criatura que solo puede obrar en la medida en que Dios le da permiso para poder aumentar nuestros méritos. Ya lo decía san Agustín: Dios no permitiría los males, si no sacara más bienes de esos mismos males .

 

 

 

 

CONCLUSIÓN
Después de haber visto las maravillas que Dios realizó en la vida de Melania desde su más tierna infancia, podemos alabar a Dios por sus obras magníficas, llenas de amor, gracia y esperanza. Las apariciones de la Virgen a los dos pastorcitos llenaron de esperanza a muchos corazones en tiempos difíciles para la vida de los franceses por las malas cosechas, las persecuciones contra la Iglesia y por las malas costumbres.
La Virgen profetiza tiempos difíciles como la guerra con los prusianos y otros males futuros. Pensemos en las dos guerras mundiales y en todo lo que anuncia por medio de Melania y Maximino y también de otros videntes en apariciones a lo largo del mundo sobre el fin de los tiempos, que, aunque no es el fin del mundo, tendrán gravísimas consecuencias para los que vivan en esos momentos.
Pensemos solamente en una posible guerra nuclear, ¡Qué inmensa tragedia! ¡Cuántos millones de muertos y cómo podrá alterar hasta la ecología del planeta y el futuro de la humanidad! La Virgen María no viene solo a traer amenazas, sino a prevenirnos de los peligros en que estamos cayendo y llora al pensar en los sufrimientos futuros de sus hijos, si no se convierten. Es como si una madre cualquiera al pensar en los problemas y dolores de sus hijos por su mala vida, llora y les avisa de los peligros en que pueden caer.
María nos avisa para corregirnos, pero nos da esperanza de que al final, pase lo que pase, siempre Dios va a triunfar y ella nos ha prometido en Fátima que su Inmaculado Corazón triunfará. Dios por medio de María transformará el mundo y los hombres volverán a Dios y se arrepentirán de sus malas obras.
Que Dios te bendiga por medio de María. Tu hermano y amigo,
Padre Ángel Peña
Agustino Recoleto

 

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BIBLIOGRAFIA
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Zavala José María, El secreto mejor guardado de Fátima, Barcelona, 2018, pp. 178-177

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Ib., pp. 160-163.

Melania, p. 42.

Dion, p. 138.

Diario del padre Combe, Dion, p. 140.

Dion, p. 128.

Dion, p. 123

Dion, p. 126.

Maximino: “Cuando yo debo hablar dela Bella Señora que se me apareció en la Santa Montaña, siento la misma perplejidad que debió experimentar san Pablo bajando del tercer cielo. No, el hombre jamás ha visto ni oído lo que me ha sido dado oír y ver”.

León Bloy, pp. 164-169

Dion, p. 174

Ib., p. 181

Laurentin, pp. 212-213

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James O’Reilly, La historia de La Salette, 2014, p. 88.

Proceso apostólico de canonización in genere p. 310.

Ib. p. 271


León Bloy, La que llora, Ed. Mundo Moderno, Buenos Aires, 1947, pp. 140-143

Nota: Durante la aparición, la Virgen le hizo besar muchas veces la cruz que tenía en el pecho. En la cruz había un crucifijo que, a veces, se movía como persona viva. En ocasiones, el Cristo del crucifijo abría los ojos o levantaba la cabeza, otras veces miraba con bondad mientras la sangre corría de sus llagas. Esta sangre era brillante y desaparecía antes de llegar al suelo. Dion, p. 171.

Ib., pp. 144-146

Varios, pp. 45-46.

Es el nombre de una región situada a cierta distancia de Corps.

- León Bloy, pp. 157-159.

 

Melania pp. 147-149

Ib. pp. 98-102

Diario del padre Combe: Dion p. 204

Melania p. 179

Ib. p. 187-188

Dion p. 200

Ib. p. 179

Ib. pp.93-94

Ib. pp. 127-128

Ib. p. 142

La Dama, invisible para Melania, era la Virgen María.

Ib. pp. 117-120-124.

Ib. pp. 109-110.

Ib. pp. 121-122

Dion pp. 188-190.

Ib. p. 170

Archivo vaticano vol. 1290, fol. 544v.

Archivo Vaticano vol. 1288, fol. 267.

Florecillas de san Francisco, Capítulo 16.

Ib., Capítulo 21-22

Ib., pp. 154-155

Ib., pp. 158-159

Ib., p. 163

Ib., pp. 168-170

Archivo vaticano, vol. 1328, fol. 1.783-1.784

Ib., pp. 224-227

Ib., p. 211-212

Summarium super virtutibus p. 76 del Proceso de canonización de san José Anchieta.

Summarium super virtutibus del proceso de canonización del beato fray Sebastián de Aparicio

Ib., pp. 125

Proceso de beatificación de fray Martín de Porres. Ed. Secretariado Martín de Porres, Palencia. Testimonios de los años 1660, 1664 y 1671; p. 396 y 182

Ib., pp. 217-220

Ib., pp. 189-191

Testigo 77, fol. 77V del Proceso de canonización de san Nicolás de Tolentino.

Memorias biográficas, Tomo IV, Cap. 6, pp. 543-549.

Ib., pp. 233-234

Isolani Isidoro, Vita mirabile della beata Veronica de Binasco, Monza, 1890, publicada en 1517, pp. 15-18, tercera parte.

Melania pp. 180-185.

Ib. p. 243.

4 de septiembre de 1697, Diario, Tomo IV, p. 319.

 

 

 


Nota.- El padre Combe escribió en su Diario: Cuando Melania tenía un año de vida se golpeó con una esquina de hierro, pero fue curada milagrosamente por su “hermano”. Ella se acordaba perfectamente de este accidente y sus circunstancias, como si hubiera tenido uso de razón (Dion p. 185).

Dion pp. 186-187.

Iriarte, o.c., p. 143

Iriarte Lázaro, Santa Verónica Giuliani, BAC, Madrid, 1991, pp. 62-63.

Santa Verónica Giuliani. Un tesoro oculto. Diario de Santa Verónica de Julianis, Librería de Subirana, Barcelona, Tomo VII, p. 639.

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Melania p. 69

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Ib. pp. 87-88

Dion p. 178

Benavent Felipe, Vida, Virtudes y milagros de la beata sor Josefa de Santa Inés, Valencia, 1913, segunda edición de 1882, pp. 50-52

Ib. p. 58

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Dion p. 181

Dion pp. 183-184